martes, 25 de septiembre de 2012

Capítulo 1: “Closing Time”. Leonard Cohen. (1992)





Deprimartes nostálgico.

¿Qué les parece si, para conocernos un poco, tomamos algo en el Bar del Purgatorio? Les invito un trago, que aunque yo sea abstemio, estoy seguro de que mirando a la gente del lugar voy a encontrar algo con que entretener mi espíritu. Así lo hizo el maestro canadiense Leonard Cohen, el gran poeta de la voz grave, y parece que no la pasó nada mal en el lugar: “Estamos bebiendo y bailando, y la banda toca de maravillas, y la sabiduría que te da el whisky Johnny Walker está en todo su esplendor. Y la chica que me acompaña, es el Ángel de la Compasión, porque se frota a todo el que ve contra sus calzas. Y todos los borrachos y todos los que bailan le agradecen con una sonrisa, mientras que un violinista le arranca sonidos sublimes a su instrumento. Y todas las mujeres juegan a quitarse la blusa mientras los hombres bailan una polka, y es una danza en la cual se intercambian las parejas. Y cuando el violín deja de sonar todo se vuelve un infierno, porque eso significa que ya es hora de cerrar”. A mí me suena como un lugar animado. Hasta parece que en el lugar pueden conseguirse otro tipo de sustancias, a parte del alcohol: “Estamos solos y nos sentimos románticos, la bebida sabe a mezclada con ácido lisérgico; porque veo al Espíritu Santo, que está pidiendo a gritos que le traigan el churrasco que ordenó hace un rato. Y la Luna está nadando desnuda en esta fragante noche de verano, dejándonos un poderoso sentimiento de liberación”.

Es obvio que también está la posibilidad de tener una aventura con alguien, según entiendo luego de escuchar esta poética descripción de una caza furtiva seguida de un orgasmo: “Así que luchamos y nos tambaleamos, subiendo por las escaleras y cayendo por las serpientes, hasta la torre donde repican nuestros momentos más felices. Y lo juro, pasó así de rápido, un suspiro, un llanto, un beso furibundo, y las puertas del amor se entreabrieron sólo una pulgada. Desgraciadamente, parece que no va a pasar mucho más hasta que se haga la hora de cierre”. Parece una gran invitación de mi parte, un hermoso lugar pintado en blanco y negro, donde tomar algo, bailar y tener la chance de ligar, a no ser porque en este bar sólo vale la pena el sentimiento de nostalgia que nos queda cuando todo se acabó. Quedarse melancólico parece ser la única cosa valedera aquí: “Te amé por tu belleza, pero eso no significa que yo sea un idiota: tú te dejaste amar también porque sabías lo bella que eras. Y te amé por tu cuerpo, pero hay una voz que me suena igual a la voz de Dios, diciéndome… Diciéndome… Diciéndome que tu cuerpo y tu alma son exactamente lo mismo”.
 
Así quedan las cosas, pues. ¿Quién no se topó con un amorío fugaz en su vida? Vale más en nuestra memoria el recuerdo de esa pasión que se agiganta cada día, que el breve suspiro que nos duró en la boca y en la piel: “Te amé cuando nuestro amor era algo sagrado, y te amo ahora que ya de ese amor no me queda nada más que tristeza y una sensación de tiempo que me sobra. Y te extraño desde que nuestro lugar se volvió una ruina, y ya no me importa nada de lo que vaya a pasar de ahora en más... Y te extraño desde que nuestro lugar se volvió una ruina por culpa de los vientos de cambio y de la semilla de nuestro sexo... Y aunque este sentimiento tenga la apariencia de la libertad, se siente como la muerte misma… Debe ser una mezcla de ambas cosas, supongo”.

Y ahí se queda el señor Cohen, con esa mirada extraviada de viejo que ha perdido mil batallas –la mayoría por simples errores de cálculo o por tonterías-, y con esa última y hermosa sonrisa que tenemos todos aquellos que atesoramos como una perla cada pequeña alegría que nos deja el recordar nuestras historias y fracasos. Significa que, en definitiva, simplemente hemos vivido: “Estamos bebiendo y bailando, y la verdad es que no pasa nada, este bar está tan muerto como el Paraíso un sábado por la noche. Y mi querida compañera sigue manteniendo a todos de buen humor, ella pesa cien kilos, pero aun así usa ropa ajustada. Así que levanto mi vaso y brindo en honor a la Horrenda Verdad, esa de la cual no se puede hablar a los jóvenes, salvo para decirles que todo importa un comino. Y todo el lugar se vuelve loco, dos veces, una por el diablo y otra por Cristo, pero al dueño del bar no le gusta el alboroto, así que creo que nuestra velada se arruinó. Justo en el momento más brillante de la noche se hizo la hora de cerrar”. ¡Salud! Hasta el próximo Deprimartes!

martes, 18 de septiembre de 2012

1, 2, 3, probando, probando...

Es Deprimartes, una vez más... 

Bien, pero, ¿qué es un Deprimartes? 
Veamos: a finales de 2009 me encontraba en la encrucijada de hundirme aún más en una depresión que arrastraba desde hacía años o encontrar alguna herramienta que me ayudara a encontrar la salida. Masticaba mucho la idea psicoanalítica de "estudiar mi estado depresivo"; ya que si quería solucionar mi problema, primero debía entenderlo a fondo. También por esa época le estaba tomando la mano a la red social llamada Facebook. Recuerdo que allí un par de amigos tenían la costumbre de subir todos los viernes un video de algún tema musical bien arriba, en espera del fin de semana. Y me dije: "¿por qué nadie nunca hace justamente lo contrario?". Quería empezar a publicar música interesante y melancólica los días lunes, pero los lunes ya son depresivos "per se", y gozan de tan mala fama, que me hacía falta encontrar un nuevo día...
Desde que yo tengo uso de razón, mis padres me criaron haciéndome escuchar su música, artistas de los años '60s y '70s como Creedence Clearwater Revival, Johnny Rivers, y Queen, entre otros. Con esa base, llegué a la adolecencia a fines de la década del '80; justo un momento que representó una verdadera baja en la calidad musical del rock, con bandas que por aquellos años priorizaban el hecho de tener un buen video por sobre la música que interpretaban. Con un presente tan impresentable, me volqué con todo a cultivarme e investigar la vieja historia de ese movimiento musical, social y cultural que ya lleva atravesadas más de seis décadas, llamado ROCK & ROLL.  
Pero me decidí a apropiarme de un costado único del rock. Es decir, es un género que evidentemente levanta el ánimo, así que; ¿por qué hay artistas que insisten en despertar a través del rock y sus diversos subgéneros nuestras emociones más tristes?
En mi plena adultez, me sorprendieron mi propia tristeza, la rutina, y la decepción hacia la vida misma. Y allí comencé a sublimar lo que me ocurría a través de la música de mis artistas favoritos. Allí comienza esta historia, que durante dos años y 100 videos apareció cada martes en mi muro de Facebook. 
Una historia que me permitió entender que, básicamente, existen tres clases de tristeza: una personal (con y hacia uno mismo), una afectiva (hacia una o unas personas específicas), y una social (sobre cómo nos relacionamos con todo nuestro entorno: el resto de la gente, la sociedad, el planeta, nuestras deidades, etc.). En las siguientes semanas espero poder presentarles distintos videos en los cuales se apreciarán claramente estos tipos de melancolías. Y uno no podrá hacer otra cosa más que sentirse identificado...

Porque, después de todo, ¿quién no ha estado triste alguna vez?