martes, 26 de marzo de 2013

Capítulo 26: “God”. John Lennon. (1970)





Deprimartes descreído:



Durante casi treinta segundos, volvemos atrás en el tiempo mientras rápidamente recorremos la historia de toda una vida a través de sus fotos, hasta la más tierna infancia. Mientras tanto, la voz de un estadio llora la noticia de una muerte. La muerte de esa vida recorrida. La muerte de un prócer. Un prócer que, según su asesino, era el único que sabía adónde se iban los patos del Central Park en invierno, y por eso debía matarlo.



Este tristísimo acontecimiento hizo que todo el mundo se volcara espontáneamente a las calles, lágrima en mano, para preguntar a garganta viva: “¿Dónde está Dios? ¿Por qué permite que pase esto?”… El mismo Dios al que mucho tiempo antes le había cantado ese ícono llamado John Lennon, pero con otro marco, replanteándose absolutamente todo y enfrentando un período muy agrio de su vida: “Dios es un concepto a través del cual medimos nuestro dolor. Lo diré una vez más: Dios es un concepto a través del cual medimos nuestro dolor”. Un concepto muy válido, por cierto...



Por ese entonces recién se habían terminado los Beatles, y la maravillosa década del '60, y la era Hippie, y el Verano del amor. Sólo quedaba dejarse crecer el pelo y no creer en nada más: “No creo en la magia, ni en el I Ching, ni en la Biblia, ni en el tarot, ni en Hitler, ni en Jesús, ni en Kennedy, ni en Buda, ni en los mantras, ni en el Bhagavad-Gitá, ni en el yoga, ni en los reyes, ni en Elvis, ni en Bob Dylan. No creo en los Beatles. Sólo creo en mí... En Yoko y en mí… Y esa es la realidad.” ¿Y saben por qué no cree? Porque ya creyó antes. Y sólo encontró decepción. Por supuesto que no cree en cuestiones tan banales como la magia o el tarot, pero en el mismo escalafón pone a emblemas espirituales y religiosos como el I Ching, la Biblia, Jesús, el Buda, los mantras, el Bhagavad-Gitá, y el yoga; buenas intenciones que, en definitiva, sólo terminaron por convertirse en dogmas. Simple escolástica destinada a bajarle línea a las masas para mantenerlas sumisas. Instrumentos utilizados para decirle a la gente que sólo se dediquen a poner la otra mejilla, mientras el poder de turno abusa de ellos; que en una supuesta otra vida tendrán la recompensa… Viéndolo así, sí que es difícil creer en estas cosas.



Tampoco cree en los extremos de la maldad personificada o de la supuesta bondad maquillada, como Hitler y Kennedy; ni siquiera en la mediación que las monarquías aún podrían suponer entre las voluntades políticas y el pueblo. O sea, ni siquiera cree en la sociedad en la que está inmerso. Y por otro lado: Elvis, Dylan, los Beatles... Aquí nos dice que no cree en sus ídolos, ni en sus influencias, ni en sus compañeros de ruta. No cree en nada, salvo en sí mismo. A mí me pasa parecido a lo que le pasaba a John. Yo también creo en mí, pero lo mío es peor; porque yo ni siquiera creo en Yoko: “El sueño se terminó, ¿qué puedo decir? El sueño se terminó. Ayer fui el que armaba sueños, pero hoy renací. Yo fui la Morsa, pero ahora sólo soy John. Así que, queridos amigos, a ustedes sólo les queda seguir adelante. Porque el sueño se terminó”. Yo también fui la Morsa, querido John; yo también fui un personaje en un sueño. Pero mi sueño también se terminó, y sólo me quedó despertar y enfrentar la realidad. Hoy te agradezco que, con esta canción, me hayas ayudado a entender ese período de amargura tan profunda que significa el encontrarte que todo aquello en lo que creés, tal vez no valga la pena. ¡Feliz Deprimartes!



martes, 19 de marzo de 2013

Capítulo 25: “Comfortably Numb”. Pink Floyd. (1979)





Deprimartes psicotrópico:



“¿Hay alguien ahí afuera?”… Así comienza este diálogo maravilloso entre dos realidades inconexas, una charla de sordos entre un doctor que intenta devolver a la realidad a alguien que está en un viaje alucinógeno, y la ¿víctima? de semejante experiencia introspectiva: "Hola, ¿hay alguien ahí? Mueve la cabeza si puedes escucharme. ¿Hay alguien en casa? Vamos, oigo cómo te derrumbas; yo puedo aliviar tu pena y hacer que te pongas de pie. Relájate, primero necesito un poco de información; algo básico, ¿puedes mostrarme adónde te duele?".



Y nuestro amigo volado -en la piel de Bob Geldoff, el mismo que supo ponernos la piel de gallina con la historia de la colegiala asesina en el tema “I Don't Like Mondays”-, ahora vuelto el ciudadano de una nueva realidad, una poblada de recuerdos y de extrañas alucinaciones, una mucho mejor que ésta, intenta responderle sin éxito: "Aquí donde estoy no hay dolor, aunque apenas logro escucharte. Eres como el humo distante de un barco sobre el horizonte; tu voz llega a mí como en oleadas. Veo que tus labios se mueven, pero no escucho lo que dices. Cuando era niño tuve fiebre, y mis manos se sentían como dos globos; y ahora tengo esa misma sensación. No lo puedo explicar, no lo entenderías... Pero esto no es lo que soy en realidad".



El exponente máximo del rock psicodélico, Pink Floyd, nos cuenta dentro de su ópera rock The Wall, este momento de la vida del protagonista, en el cual necesita cualquier vía válida para evadirse de una cotidianeidad que lo destruye: "Muy bien, sólo será un pequeño pinchazo y ya no habrá más gritos (¡AAAAAAAAHHHHHHH!), pero tal vez te sientas un poco mareado. ¿Te puedes poner de pie? Me parece que ya te estás mejorando. Esto te mantendrá en movimiento; vamos, es hora de irse". Mientras a su alrededor, la realidad trata de recomponerse y se vuelve soborno para regresarlo a la supuesta normalidad; sus propios recuerdos y ensoñaciones lo muestran como un niño atormentado por la realidad opresiva que le significaba la escuela, la familia, y su propia niñez llena de limitaciones; encontrando una vía de escape en la redención que le significa cuidar a una rata… El chico evidentemente no estaba muy bien de la cabeza si lo que pretendía era cuidar de una rata moribunda. Este acto es el que le causa la fiebre descripta en la canción, la misma que ahora vuelve transformada en resaca alucinógena.



Y el diálogo-monólogo continúa, pero la respuesta de nuestro protagonista ahora viene desde un nivel superior al que pertenece un doctor que sólo quiere regresarlo a sus miserias: "Cuando era niño tuve una visión fugaz, justo con el rabillo del ojo, pero cuando giré para ver, ya se había ido. No pude tocarla... El niño creció, el sueño se fue... Y yo me he puesto confortablemente adormecido". El viaje se va desvaneciendo de la mano de David Gilmour, quien nos brinda el que, para muchos, es el mejor solo de guitarra de la historia… ¡Feliz Deprimartes!