Extraño mundo el del sepulturero. Es el último ser humano que tendrá
algún tipo de contacto con nuestros despojos, antes de que literalmente se los
trague la tierra. Son almas torturadas por el peso de semejante responsabilidad:
“Cyrus Jones vivió de 1810 a 1913. Así hizo que sus
tataranietos creyeran que vivió ciento tres años. Y ciento tres años es una
eternidad cuando eres sólo un niño. Así que Cyrus Jones vivió por toda la
eternidad”.
Willie Nelson, una de las máximas leyendas del country, aquí oficia de
Caronte, el barquero al que hay que pagarle un par de monedas para que nos
ayude a cruzar el río Estigio, y así lograr que nuestra alma descanse para siempre
en el Reino de Hades. El propio Willie, eternamente viejo, hubiera tenido
serios problemas para reunir las monedas con que pagarle al barquero; debido a
que se vio metido en unos tremendos problemas con el fisco, cortesía de un contador
que no hizo su trabajo. Y así, la vida –con ese humor tan poco entendible que
tiene- quiso retribuirle su enorme talento: “Sepulturero,
cuando tengas que cavar mi tumba, por favor no la hagas muy profunda; así podré
sentir la lluvia”. Además de sepulturero, en el video Willie hace de
conductor del coche fúnebre, del sacerdote que oficia el entierro, y del mismo
muerto. Y es así. Todos estamos relacionados con la muerte de alguna manera. La
muerte somos todos, ya que es el siguiente paso de la vida misma. Es nuestro
punto final para este capítulo.
Es curioso cómo la gente teme hablar de la muerte. He visto a personas
aterradas queriendo cambiar de tema a toda costa cuando este tópico se hace
presente en una conversación. Lo extraño radica en el hecho de que cuando una
vida arriba a este mundo miserable, así sea que brille durante casi un siglo, o
que tenga la desventura de sólo disfrutarla por unos segundos –Dios no lo
permita- hay una única cosa segura que podemos decir sobre ese recién llegado.
En algún momento, va a morir. Absolutamente nada en la vida es tan seguro como
el hecho de que tiene un final. Y aún así, muchos creen que por el simple hecho
de no hablar de la muerte, esta jamás ocurrirá… Pobres ilusos. Son los mismos
que se van de esta Tierra con una expresión de terror cuando la Parca se les
presenta, al darse cuenta de todas las cosas que nunca han hecho por pensar que
la muerte nunca les llegaría: “Muriel Stonewall vivió
entre 1903 y 1954. Perdió a sus dos hijos en la Segunda Guerra Mundial. Nadie debería
ver el sepelio de sus propios hijos. Quiero decir que nadie debería tener que
enterrar a su propia descendencia”.
Casi como una tonadita infantil, el sepulturero nos canta: “Rosas envueltas con una cinta. Las mejores ropas de
duelo. Polvo al polvo. Todos vamos a caer al final”. Y es así. Todos
vamos a caer al final. Lo que cuenta es cómo le dimos pelea a la vida antes de
que ella indefectiblemente nos noquee… La vida es una lucha arreglada de
antemano, en la que siempre perdemos por paliza. Así que vivamos, y que lo
demás no importe nada. Vivamos mucho y bien. Porque al final del camino sólo
hay un cementerio: “El pequeño Mikey Carson, del
’67 al ’75, montó su bicicleta como un demonio hasta el día en que murió. Él
decía que cuando creciera quería ser como el trapecista llamado Mister Vertigo,
que actuó desde 1940 hasta 1992”. Y ese cementerio será el lugar dónde
no sólo reposarán por siempre nuestros restos, sino que también allí
descansarán olvidados los sueños que no podamos cumplir. ¡Feliz Deprimartes!
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