Deprimartes
desmayado:
Desde el nacimiento
del Rock en adelante, por lo general se puede identificar perfectamente a qué
década corresponde una grabación. Es así que podemos hablar sin inconvenientes
de la música de los años ’50, de los ’60, de los ’70, de los ’80, y de los ’90…
Pero entrando al nuevo siglo la cosa se complica. Porque ya estamos bien
avanzados en la segunda década de este milenio, y si bien ya de por sí es una
pésima señal para la salud de nuestro Rock que no exista una música de los años
’00 –de hecho, ni siquiera sabemos muy bien cómo llamar a esa década-,
muchísimo peor es que no podamos diferenciar la música de la presente década de la que sonaba en la anterior; porque tampoco podemos catalogar géneros
musicales nuevos en la música de los años ‘10… Y en medio de esta sensación de
estar asistiendo a un velorio, o visitando las ruinas de alguna civilización
perdida, de vez en vez surge una antigualla a la cual vale la pena apostarle
nuestros oídos. Aquí tenemos a Muse, una banda de lo más presentable que pueda
escucharse en medio de estas ruinas bombardeadas que quedaron luego de la
muerte del Rock.
Esta banda inglesa
liderada por Matt Bellamy comenzó su carrera a mediados de la década de los
’90, y si bien no han estado catalogados como integrantes del movimiento
Brit-Pop, tienen una evidente influencia de la banda Radiohead. Pero han sabido
abrirse su propio camino, siendo una rara avis en el panorama musical del Siglo
XXI, debido a la profundidad de las
atmósferas que logran crear en sus canciones; más que nada producto de las
ideas conspiranoicas de su líder, que suele impregnar las letras de sus
canciones con razonamientos existencialistas y simbólicos –quienes no me crean,
tengan a bien escuchar otros éxitos de esta banda como “Starlight” o “Madness”-.
En este otro hermoso tema nos habla de la simplicidad de aceptar que las cosas
buenas, por su propia naturaleza, no pueden durar: “No
te engañes a ti misma ni trates de mirar para otro lado, este amor es demasiado
bueno como para durar; y yo ya estoy demasiado viejo para soñar”. Curiosamente, yo también siento que ya estoy demasiado
viejo para soñar… Cada día cuesta más sostener en la mente la noción de que las
pocas alegrías que la vida ofrece como obsequio no se van a marchitar de un momento para el otro. Es la maldición con la que vivimos aquellos que primero aprendimos
a pincharnos con las espinas antes que a oler las rosas.
El
aire brumoso en que se desempeña esta melodía parece sumirnos de lleno en la resignación.
Pero en una resignación evocativa, ese sentimiento de último deseo desesperado por
guardar una pizca de dignidad y no terminar arrastrando a nadie más en nuestra
caída: “No intentes crecer demasiado
rápido ni trates de abrazar el pasado, esta vida es demasiado buena como para
durar, y yo soy demasiado joven como para preocuparme”. Tiene
ese tono amargado de consejo que no será escuchado, de “yo ya he estado ahí
antes” que no servirá para nada…
La
grabación de este tema cuenta con un sonido muy particular, aquí excelentemente
reproducido en vivo. Una pared de violines lastimeros que nos envuelve como un abrazo de náufrago, una
guitarra que repica como la última luz de una vela a punto de apagarse, y una
voz que mientras canta se va convirtiendo en una mezcla de súplica y llanto.
Todas esas texturas musicales nos dejan con la sensación de quien afronta un
proyecto condenado de antemano al fracaso: “Esta vida podría ser la última, y nosotros somos
demasiado jóvenes como para darnos cuenta”. Es increíble
que para tantas personas este tipo de sonido funcione como los primeros
auxilios para cualquier alma herida. Estoy convencido de que habemos tantos y
tantos seres en el mundo que escuchamos esta clase de música de manera similar
a como una fiera se lame las heridas luego de haber luchado por su vida. ¡Feliz Deprimartes!
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