Deprimartes ahorcado:
“Cada vez que me quedo mirando al Sol, tratando
de encontrar una razón por la cual seguir adelante, lo único que logro es quemarme
y quedarme ciego hasta que al cielo se le ocurre ponerse a llover”. Para aquellos que amamos el Rock
clásico, escuchamos todo lo que vino luego del festival kitsch de la década del
’80 con cierta nostalgia y resignación. Es como si entendiéramos que ya nada
puede sorprendernos. Por suerte, nos equivocamos. Me pasó hace muy poco: investigando
para incorporar un poco más de Grunge a mis Deprimartes, me topé con la voz extraordinaria
de Chris Cornell. Ni aún al más avispado se le podía ocurrir que una de las mejores
voces del Rock viniera de un movimiento que exigía tan poco lirismo como la música
originaria de Seattle, pero así fue. Una voz poderosa y que no
perdía potencia a la hora de alcanzar las notas agudas, aprovechando al máximo
sus cuatro octavas de rango. Fue un gran gusto interiorizarse en la obra de
este enorme artista… Y en medio de ese descubrimiento, al buen señor Cornell no
se le ocurre otra cosa más que ahorcarse…
“Cuando llegaste a mi vida, el momento era el
correcto. Me agarraste como si yo fuera una manzana roja y madura. No pasó
mucho hasta que decidiste darme una mordida, y me causaste mucho daño pero eso
también me sirvió”. Parece
casi una maldición. O tal vez sea justamente parte de su esencia más pura como
movimiento: los músicos del Grunge terminan sus vidas rápidamente. Este
subgénero del Rock explotó la autovictimización hasta el límite, y eso tal vez
haya hecho mella en el alma de más de uno de sus intérpretes; quienes siempre
sobrellevaron como pudieron el cóctel de depresión y abuso de sustancias con
que sazonaban sus vidas. Así, el sorpresivo suicido de Chris Cornell se suma a
las trempranas muertes de Layne Staley de Alice In Chains, Scott Weiland de
Stone Temple Pilots, y por supuesto, el emblemático escopetazo con que terminó
su vida Kurt Cobain, líder de Nirvana. Sólo nos queda cuidar a Eddie Vedder…
Curiosamente hoy cuesta mucho dar con el excelente
videoclip de esta canción, ya que justamente en él se ve a Chris Cornell
condenado a morir ahorcado. En una celda del Lejano Oeste lo vemos esperar la
mañana de su ejecución en compañía de un secuaz interpretado por ese actor
genial que es Eric Roberts. Mientras una muchedumbre se prepara para presenciar
el espectáculo de muy dudoso gusto que siempre significaba una ejecución
pública, también se prepara un complot. Una intriga que incluye un misterioso
frasco y un pequeño ramo de flores, todo a cambio de una bolsa de monedas. Dos
encapuchadas hacen el trueque, y se pone en marcha un plan para dar esperanzas
a algunos, y un punto final para otros. A la hora en que el destino debe alcanzar
al bueno de Chris, y cuando la horca ya está colocada alrededor de su cuello, una
de las complotadas, una mujer voluptuosa, comienza a contonearse como una
serpiente al ritmo de la muerte, y con este hechizo capta la atención de todo el
mundo, dándole tiempo a la vida para sabotear el nudo asesino con ayuda del
enigmático frasco: “Y ya casi me había olvidado de
mi corazón destrozado. Ya me había alejado muchísimas millas del recuerdo de
cuando se había roto. Así que parece que aquí vamos otra vez”.
El truco con el cual la hechicera mantiene a raya a la
muerte sólo para que pueda ejecutarse un truco aún mayor, parece que también
era esperado por el secuaz, a quien esta vez la mujer le niega su conjuro.
¿Sería por simple malicia femenina? ¿O habría alguna cuenta pendiente entre
ellos? Nunca lo sabremos. Allí se quedó Eric Roberts, con su última palabra en
la boca antes de que la oscuridad le cubriera el rostro. Frente a esta escena
siempre se me aparece la pregunta: ¿Qué nos quedaría por decir ante esa
oportunidad en la cual debemos pronunciar nuestras últimas palabras? ¿Qué
diríamos?: “Cada pequeña llave abre una puerta,
cada pequeño secreto esconde una mentira. Aunque intentes sacarle una foto al
Sol aún así no lograrás ver la luz. Cada pequeña palabra que sale de tus labios
hace un pequeño corte por donde se me escapa la sangre. Cada pequeña gota de
sangre es un beso que no me perdería por nada del mundo”.
Finalmente la otra encapuchada, una mujer no muy agraciada,
logra quedarse con la recompensa de una intriga que demandó tantos elementos. Su
vestimenta blanca, el ramito de flores, y un cura que los recibe a escondidas
le desencajan el rostro a un sorprendido resucitado. Y es que al rescatar a un
hombre del borde mismo de la muerte, esa mujer no muy bonita se aseguraba un
marido. La expresión de la cara de Chris en ese momento parece decirlo todo: “Ya
me había hecho a la idea de estar muerto”. A fin de cuentas, tan sólo ha cambiado
el tipo de nudo que lo estrangulará el resto de sus días: “Cada uno de mis sentimientos me dice que esto va a
terminar en un corazón roto en pequeños pedazos, y ya sabes que yo necesito eso
tanto como un agujero en medio de la cabeza”.
Gracias estimado Chris Cornell por tu voz, que perdurará por
siempre en tus canciones. Que tu alma descanse en paz. ¡Feliz Deprimartes!