martes, 19 de septiembre de 2017

Capítulo 186: “Carolina In My Mind”. James Taylor. (1968)



Deprimartes desterrado:

Si hay algo que jamás vamos a comprender aquellos que no hayamos sufrido algún tipo de ostracismo, es el desarraigo. Estar lejos del lugar que una persona llama “hogar”, a veces por un tiempo, muchas otras veces de manera permanente, debe de ser como aprender a vivir cada día con un desgarro que nunca cicatriza en el corazón. No por nada uno de los castigos más severos de la antigüedad era el destierro: “En mi mente, siempre me voy a Carolina. ¿Puedes ver el Sol brillando? ¿Puedes sentir la luz de Luna? Es como si un amigo te reconociera y te diera un empujón afectuoso en la calle. Así es, siempre me voy a Carolina en mi mente”. Vivo en una extraña y hermosa tierra que ha sido bendecida por varias oleadas de inmigrantes que nos han mezclado y remezclado hasta hacer de nosotros lo que hoy somos. Y en una de las últimas olas migratorias importantes, vinieron nuestros abuelos, olvidando por la fuerza una Europa arrasada. En los ojos de mis propios abuelos pude adivinar aquello tan difícil que debieron atravesar al tener que abandonar el terruño que los vio nacer, y adonde inevitablemente cada persona se deja un pedazo del corazón. Las generaciones que nos antecedieron, y que dejaron su hogar y sus afectos de la niñez detrás suyo, lo hicieron para venir a darnos a sus descendientes un futuro más prometedor; muchas veces escapando del hambre, muchas veces escapando de las guerras que convertían sus pueblitos colmados de juegos de niños en barreales aceitosos y llenos de escombros.

“Karen, ella es como un sol de plata. Aléjate un poco y mírala brillar. Mírala observar cómo se acerca el amanecer. Y ahora se me escapa una lágrima plateada, estoy llorando; ¿no es cierto?”. Quien canta y enjuaga sus lágrimas mientras lo hace no es otro que el gran James Taylor, talentosísimo exponente del Folk; y probablemente el fichaje más importante que alguna vez hubiera hecho Apple, la discográfica de The Beatles, quienes le editaron su primer disco. A lo largo de los años logró armar una hilera de éxitos que volvieron su nombre lo suficientemente importante como aprender a reírse de sí mismo, y terminar cantándole en el espacio a Homero Simpson cuando éste se volvió astronauta. En esta canción le toca a él recordar ese pedacito de tierra de sus primero años al que siempre vuelve cuando cierra los ojos, cosa que hacemos todos a medida que los meses se nos van acumulando en el calendario: “No hay duda en la mente de nadie de que el amor es lo mejor que existe, así que susúrrame algo suave y agradable. Y ahora, mira, nena; el cielo está en llamas. Me estoy muriendo, ¿no es cierto?”.


A medida que la vejez va reclamando nuestros días, no es extraño que aquellos que dejaron sus raíces muy muy lejos sientan el llamado a emprender ese último viaje de autoconocimiento, para rendirle un homenaje a sus propios antepasados y a la vida que no pudieron vivir: “Anoche, en el medio de la oscuridad más silenciosa, creo que llegué a escuchar el llamado de la autopista. Los gansos volaban y los perros ladraban y mordían, signos que bien podrían haber sido una predicción diciéndome que me vaya a Carolina en mi mente”. No siempre lo que encuentran es lo que desearían, y por eso es sabio tener en cuenta aquel viejo dicho que reza: “nunca vuelvas al lugar en el que fuiste feliz”. Pero, la sangre tira, y el corazón debe afrontar una última prueba para saldar deudas con el pasado... Y a veces, sólo a veces, termina valiendo la pena: “Y ahora, con el espíritu sagrado de los antepasados que me rodean, todavía siento que estoy en el lado oscuro de la Luna. Y me parece que esto podría seguir así para siempre. Así que deberás perdonarme si me levanto y me voy a Carolina en mi mente”. ¡Feliz Deprimartes!

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