Deprimartes musical:
John Miles es un músico muy talentoso, que promediando la
década de los años ’70 tuvo la fortuna de que una discográfica importante estuviera
interesada en editar su disco debut. Para sumar más fortuna a la ocasión, quien
estaría a cargo de producir su disco sería el genial Alan Parsons; así que
había promesa de que su álbum tendría un excelente sonido… El éxito no tardó en
aparecer, pero antes de que su carrera como solista pudiera despegar, el productor
de su disco lo convenció de sumarse a su propio proyecto; y así fue como el
bueno de John Miles pasó a integrar el selecto grupo de vocalistas que suele
cantar en los exitosos temas de The Alan Parsons Project, junto a otros nombres
tan rutilantes como el de Allan Clarke (vocalista de The Hollies), Colin
Blunstone (cantante de The Zombies), Gary Brooker (de Procol Harum), Dean Ford
(de Marmalade) y Steve Harley (de Cockney Rebel), entre muchos otros. Y antes
de dar a su sueño solista por muerto, Miles supo regalarle a la música un éxito
que llevara ni más ni menos que su propio título: “Música”. Y por pretencioso
que parezca, creo que le ha hecho honor a su nombre, ya que no sólo toda la canción
es interesante en sí misma, sino que hasta la letra es mínima y dice justo lo
que tiene que decir: “La música fue mi primer amor,
y también será el último. Música del futuro y música del pasado”. Y sin
que se me caiga la cara de vergüenza, puedo hacer mías esas palabras. La música
ha sido siempre mi gran amor. Siento que me ha dado mucho más de lo que
prometió, nunca me defraudó y jamás me he sentido traicionado por ella. Así que
probablemente también sea mi último amor. Espero no sonar loco al decir que
tengo una canción que deseo que sea la última que escuche antes de morir…
Tengo la enorme suerte de poder ejecutar algún que otro
instrumento, y de tener una básica educación musical; es por esto que me animo
a compartir con todos ustedes un humilde análisis de la estructura de esta
canción, y de lo que significaba la música para aquella lejana y gloriosa época.
El tema arranca como una suave balada, con el cantante acompañándose sólo con
un piano; al cual en la segunda estrofa se le suma como acompañamiento un fondo
de violines. Y ya antes de cumplir el minuto hace su entrada sorpresiva un
intermezzo bien rockero, que cuenta con la característica de tener una rítmica 7/8,
incómoda en un principio, que da la idea de que algo está faltando en el “tempo”.
Jugar con rítmicas que resultan extrañas al oído es un recurso muy típico del
Rock Progresivo de esos años. Este interludio servirá de base para un solo de
guitarra bien presentado, con un sonido claro y pulido; aunque con una muy sutil
distorsión, como para permitir que se aprecie el suave balance logrado entre la
potencia rockera de la banda y los sonidos orquestales de fondo, exquisita mezcla
muy característica del Rock Sinfónico. Aparecen unos ataques de la orquesta dando
golpes en “staccato”, que desembocan en una atmósfera tranquila donde vuelven
la voz y el piano a retomar la posta; sólo que esta vez un violonchelo juguetea
por debajo de la dulce melodía. Sigue un crescendo
de la orquesta, en el cual no hay ningún elemento rockero apreciable; hasta que
nuevamente el interludio hace su poderosa aparición, esta vez en una rítmica de
métrica más común. La
banda hace las veces de base para que la sinfónica se luzca en todo su
esplendor. Vuelve el cantante a retomar el último verso y todo el sonido de la
canción va hacia arriba, hacia una cima; donde un coro rellena el ambiente en
todo su esplendor. El final es glorioso, y a más de uno le darán ganas de
exclamar lo mismo que dice la letra: “Vivir sin mi
música sería algo imposible para mí. En este mundo lleno de problemas, mi
música hace que yo siga avanzando”.