Deprimartes
improvisado:
¡Bienvenidos
a un nuevo año en compañía del costado melancólico de los artistas más
importantes del Rock & Roll! Y para abrir esta cuarta temporada de los
Deprimartes, decidí hablar sobre un artista tan importante, que para
describirlo usaré la siguiente frase: cuando un grupo de amigos se junta a hacer
música de forma imprevista, no se juntan a “Claptonear”, ni a “Knopflear”, ni
mucho menos a “Hendrixear”… Esos amigos se juntan a “Zapar”. Y esto se debe
nada más ni nada menos que al genial Frank Zappa, que aquí usa su humor
sardónico para emprender un ataque fulminante contra esos charlatanes de feria
que quieren vendernos una vida después de la muerte: “El Hombre Misterioso se me apareció y me dijo: ‘¡Estoy
iluminado!’. Me dijo que por un precio nominal, yo podría alcanzar el Nirvana
esta noche. Así que si yo estaba listo y bien dispuesto a pagar por sus
servicios, él bien podría dejar a un lado sus asuntos importantes; y dedicar
toda su atención a mí. Pero yo le dije: ‘Mira, hermano; ¿a quién quieres engañar
con toda esa porquería cósmica? Mira, mejor no pierdas tu tiempo conmigo’”.
Frank
Vincent Zappa fue alguien absolutamente fuera de serie. Su producción musical
es prácticamente inclasificable, lo que en un artista de su talla se transforma
en todo un cumplido. Compositor y productor talentosísimo, lo fue aún más como
guitarrista y frontman de su banda The Mothers Of Invention. De todos los
virtuosos exponentes que quisieron hacer que el Rock tuviera una mixtura con el
más elaborado Jazz (como Chick Corea, Al Di Meola, o John McLaughlin, por sólo
mencionar algunos), Zappa fue el único que se mantuvo más apegado a un Rock que
aún pudiera ser degustado por las masas. Y acompañaba sus canciones con una
incorrección política a toda prueba, con letras irónicas sobre temas mundanos (las
drogas y el sexo en “Dinah Moe-Hum”, la televisión basura en “I’m The Slime”, o
la homosexualidad con “Bobby Brown”) y sobre otros temas un tanto más profanos,
como en el presente caso: “El Hombre
Misterioso se puso nervioso y comenzó a agitarse un poco. Metió la mano en uno
de los bolsillos de su toga misteriosa y de él sacó con un sacudón una caja que
parecía un kit de afeitar. Yo pensé que allí habría una navaja, y una lata de
espuma; pero él me dijo mientras la abría que no había nada que su caja mágica
no pudiera hacer. Con su aceite de Afrodita, y un poco de polvo del Gran Wazoo,
él me dijo: ‘Tal vez no lo creas, amiguito, pero esto curará hasta tu asma’”.
A título personal,
puedo contar que yo también tuve mi aventura de fe, la cual duró unos buenos
veinte años. Hoy, sentado sobre el trono de roca de mi agnosticismo, miro hacia
todo aquello con una mezcla de ternura inocente por lo estúpido que era, al
dejarme engañar como en cierta manera lo hacemos todos con tal de darle algún
tipo de sentido a nuestra vida. Más allá de las creencias que tuve en ese
momento, siempre fui muy curioso con respecto a todas las religiones, así que
puedo decir que he visto de todo en esta vida. Teleevangelistas llorando porque
los agarraron con una prostituta, muchos casos de sacerdotes estratégicamente
reubicados luego de inoportunas denuncias de pedofilia, hombres en saco y
corbata con acento portugués queriendo venderte un pañuelo empapado con agua
bendecida del río Jordán, un libro que te dice que si te mueres no debes ir
hacia la luz, sino hacia el dios con cara de tigre con dientes ensangrentados y
que usa como vestido la piel de varios niños, y pelados en túnicas que me
decían que todos los males del mundo se terminarían si dejáramos de matar
vacas. Yo también me pregunté en más de una ocasión: “¿Pero
qué clase de gurú eres? Podrías hacer más dinero si trabajaras como carnicero”.
Todo en ellos,
hasta su aspecto, transmite una sensación de falsa pulcritud; de que todo en
estos gurúes responde a una receta o a un modelo prearmado. Debería ser muy
natural cuestionarlos como hace la letra de esta canción: “¿Eso que tenía puesto era un poncho o era algo que sacó
de una feria americana?”.
“Le
dije: ‘Tengo mis propios problemas, y tú no me puedes ayudar. Así que toma tus
meditaciones y tus pócimas y ya sabes qué hacer con ellas’. ‘¡Pero tengo una
bola de cristal!’ me dijo, sosteniéndola contra la luz. Entonces se la quité y
le mostré cómo se hacen las cosas. Me envolví un periódico en la cabeza para tener
un aire místico, recité un par de cosas sin sentido y le ordené que se quedara
dormido. Y entonces le robé sus anillos, su reloj, y todo lo que encontré.
Tenía a ese idiota bien hipnotizado, no podía decir ni una palabra; y allí
procedí a adivinarle el futuro mientras él no podía hacer nada. Le dije: ‘El
precio de la carne subirá, y tu mujer te engañará’”. No
hay que ser ni demasiado listo, ni estar en demasiados apuros, para poder ver
los hilos que sostienen en el aire las adivinaciones obvias de estos falsos
profetas, siempre queriendo hacer parecer como visiones milagrosas la mera unión
de razonamientos a partir de información básica que las mismas personas que los
consultan les proporcionan. Es un viejo truco en el que mucha gente cae,
especialmente los desesperados, aquellos que han perdido las esperanzas. Una
vez me enseñaron que cuando estás por ahogarte, te sujetas de cualquier cosa…
Incluso de un tiburón.
En fin, una vez
más: ¡Feliz Deprimartes para todos!
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