martes, 31 de agosto de 2021

Capítulo 288: “Tonight”. New Kids On The Block. (1990)

 



Deprimartes púber:

 

En 1980 el músico Maurice Starr editó su primer álbum con sus propias canciones, el cual fue un fracaso estrepitoso. Decidió entonces correrse del centro de atención, y se le ocurrió la idea de armar una banda vocal de chicos afroamericanos para cantar los temas que él mismo escribía. Así fue cómo nació New Edition, un quinteto que en sus presentaciones incorporaba elaboradas coreografías a su música, y que visualmente perseguía la estética de los Jackson 5, aunque su sonido entraba fácilmente dentro de la electrónica. El grupo empezó a tener mucho éxito entre el público adolescente, y el señor Starr comenzó a forrarse en dinero mientras les pagaba una miseria a sus muchachos. Y entonces New Edition decidió despedir a su mánager. Pero Maurice ya había aprendido una gran lección, la cual llevaría a un nuevo nivel. Ahora iba a armar otro grupo vocal de cinco chicos bailarines… Pero esta vez serían blancos. Se llamarían los New Kids On The Block, y se convertirían en los primeros representantes masivos de la más horrenda subrama del Pop: las Boy Bands: “Recuerden que les dijimos: ‘Niña, por favor no te vayas’, y que las amaríamos por siempre. Les enseñamos a mantenerse firmes mientras tengan con qué hacerlo. ¿No es cierto, chicas?”. Estas agrupaciones (me cuesta definirlas sin caer en la falta al respeto) son una invención con una meta tan comercial que aún en sus propias letras se autorreferencian. Aquí la primera estrofa juega con varios de los títulos de sus mayores éxitos, pero a continuación pasa a relatar los bemoles de ser extremadamente famoso. El estribillo acepta dos lecturas. Bien puede parecer que tiene un tono celebratorio... O bien puede ser la queja de alguien exhausto y que siente que está atravesando el Purgatorio: “Bueno, siempre me digo que, después de todo, hoy es un nuevo día. Esto pasa cada vez que escuchamos que nos llaman al escenario y vemos a todas esas chicas con sus cabellos rizados, sus botones con nuestros nombres y sus broches, y todo el estruendoso griterío. ¡Esta noche!”.

 

Con las “bandas de chicos” estamos ante un espantoso experimento que representa exactamente lo opuesto de la esencia rockera. El alma misma del Rock es la rebeldía, es un grito entrañable que demanda romper lazos con todo lo establecido, y comenzar a darle forma a un nuevo arte; y a través de él, a un nuevo mundo. La génesis del Rock es espontánea y casual, son Mick Jagger y Keith Richards cruzándose en un tren, son Jim Morrison y Ray Manzarek encontrándose en una playa, son John Lennon y Paul McCartney saludándose después de un concierto. Pero estoy convencido de que el Rock & Roll no hubiera sido tan exitoso de no ser por su matrimonio por conveniencia con el Pop. El Pop lleva su objetivo impreso en su propia frente, es popular; necesita establecer contacto y llegar a la mayor cantidad de gente posible; esa es la única medida válida de su éxito. Y vaya que esa sociedad dio buenos frutos. En conjunto, nos han dado los géneros más maravillosos de la música moderna, pero de tanto en tanto cada uno solía hacer cosas sin que la otra mitad lo supiera. Y así fue como un buen día el Pop tuvo un hijo deforme: el Teen Pop, quien a su vez dio a luz a ese engendro conocido como las Boy Bands: “Recuerdo cuando viajábamos alrededor del mundo. Conocimos a muchas personas y también a un montón de chicas. Nos llegaba correo de nuestras fans de todo el planeta, demostrándonos cuánto nos querían. ¿No es cierto, chicas?”. ¿Qué es una Boy Band? Bien, la cosa funciona generalmente así: un productor selecciona a través de un casting a un grupito de muy jóvenes cantantes y bailarines (nadie sabe por qué, pero casi siempre son cinco), y les da a cada uno el look característico de algún estereotipo con el cual pueda identificarse el público adolescente femenino. Así, en la banda tendremos al carilindo, al rudo, al tímido, al pequeñín, al imbécil, etc. En definitivas cuentas: son un producto de mercado, hecho siguiendo una fórmula, y apostando al gusto de un determinado sector específico. Como hecho artístico, son absolutamente denostados por todo el resto del mundo rockero. Como bien comercial, son excelentes en su cometido; lo único que buscan es generar una ganancia económica. Marketing puro.

 

“Suena bien. ¡Hey, amigos, hagámoslo. ¡Aquí vamos!: La, la, la, la, la, la, ¡esta noche!”. Pero como en todos los aspectos de la vida, a veces las cosas pueden salirse de control y terminar provocando un preocupante fenómeno de histeria masiva de nivel global. Eso fue lo que les ocurrió a los NKOTB, quienes literalmente de un día para el otro pasaron a ser las estrellas mejor pagas del mundo, y eran perseguidos por hordas de quinceañeras que querían devorárselos. Vivían encerrados en sus cuartos de hotel, constantemente de gira y evitando el asedio enfermizo de sus fans y de los papparazzi. El fenómeno que causaban era tal que fueron exprimidos con cuanto producto se pudiese lanzar al mercado con el nombre de la banda. Comenzaron a fabricarse todo tipo de artículos en los que aparecía la imagen de los chicos, y el merchandising fue tan grande que hasta se llegaron a hacer canicas con sus rostros, lo cual los horrorizó: “Lo último que quieres ver es tu cabeza rodando por el piso”, llegaron a decir. Y algo de razón tenían. Finalmente el encierro y la presión comenzaron a jugarles en contra y se sucedieron las riñas, los incidentes en los cuartos de hotel, las visitas a la comisaría, y hasta los ataques de pánico. Los típicos problemas que suele traer la fama desmedida. Jordan Knight, el más carismático del grupo, dijo en una ocasión: “Es cierto que se puede llegar a ser ‘demasiado famoso’. Y a nosotros nos ocurrió justo eso”. Aún así su éxito fue tan arrollador que le abrieron las puertas a muchas otras Boy Bands como Boyz II Men, Take That, N’SYNC, Five, Backstreet Boys, Jonas Brothers y One Direction: “Es hora de que nos vayamos a casa. ¡Esta noche!”. En fin… Hay de todo en la viña del Señor. ¡Feliz Deprimartes!


 

 https://www.youtube.com/watch?v=JTo3N73hpPg





martes, 24 de agosto de 2021

Capítulo 287: “We Are All Made Of Stars”. Moby. (2002)

 



Deprimartes estelar:

 

Si bien podría decirse que Hollywood es la Meca de la fama, también existe un área periférica habitada por ese tipo de gente que aún sueña con alcanzar la gloria, pero que siempre terminan vendiendo mapas con la ubicación de las mansiones de las estrellas. Denomino a esta zona como “los suburbios de la fama”, y aquí también es común encontrarse con personajes de rostros conocidos, cuyos mejores años pasaron hace demasiados años –valga la redundancia-.  Estos seres que aún intentan vivir de las migajas que les dejó una carrera ya extinguida, sobreviven aferrados como una garrapata a la última brizna de su fama. Sus corazones vuelven a sonreir si cada tanto alguien los recuerda furtivamente y los saluda cuando caminan por la calle. Suele vérselos frecuentando lugares sórdidos de luces rojas; esa clase de antros que generalmente asociamos al sexo y a los excesos. Aún guardan el culto a la belleza grecorromana, más propia de una juventud que se les escurre entre los dedos, y que no pueden retener a menos que decidan perder su última gota de dignidad en las manos de un cirujano plástico. Sus ojos miran hacia sus días dorados, y por lo tanto siempre tienen una estética retro de la vida. No por nada parte de este videoclip se desarrola en un salón de juegos arcade. ¿O acaso hay algo más retro que un arcade?: “Creciendo en número, creciendo rápidamente. No puedo combatir el futuro, no puedo pelear contra lo que estoy viendo”. Asistimos entonces a un desfile de especímenes que bien parecen sacados de un episodio de BoJack Horseman. Vemos a un personaje de dudosa celebridad balbuceando consigo mismo en la barra de un bar. Un enano famoso asistiendo a un show de strip-tease. Dos ex estrellas infantiles cenando comida chatarra. Un músico con claras adicciones asalta un refrigerador. Un actor que acostumbra morir espera mientras le lavan su DeLorean. Una leyenda del porno está haciendo unas fotocopias. Una jovencita pide un autógrafo mientras se apresta a conseguir mucho más que una firma de su ídolo. Y todos ellos canturrean para sus adentros el siguiente verso, como si fuera un mantra, como lo haría cualquier persona que toca fondo y que necesita autoconvencerse para seguir encontrándole un sentido a la existencia: “Gente que se junta, gente que se aleja. Nada puede detenernos ahora, porque todos estamos hechos de estrellas”.

 

En principio, esto es una gran verdad: todos estamos hechos de materia estelar, tal como lo aseguraba Carl Sagan en esa maravilla que fue la serie Cosmos de 1980. Tal vez para levantar el ánimo podría ser útil aquello de repetirse como una letanía que según la ciencia todos los elementos que nos conforman nacieron en el corazón de una estrella. Tenemos billones de años de antigüedad, así que la momentánea carencia de fama no debería ser un problema para nadie: “Esfuerzos de amantes que se han quedado en mi mente. Le canto a la lejanía, veremos qué es lo que ocurre”. El éxito le llegó tarde a Richard Melville, tataranieto del escritor de la novela Moby Dick. En honor a la ballena blanca comenzó a hacerse llamar Moby, y principalmente se dedicó a grabar Música Ambiental. Este subgénero de música instrumental se caracteriza por las texturas sonoras elaboradas y la carencia de ritmo. Por lo general se trata de largas notas sostenidas sobre relieves de vibraciones que se prestan para ser usadas como fondo de una meditación. Pero luego de una década de una carrera que no lograba despegar, Moby se cansó de no tener éxito y pensó en retirarse luego del fracaso de su álbum “Play” de 1999. Como último manotazo de ahogado decidió liberar todos los temas del disco para que cualquiera pudiese hacer uso comercial de ellos. Y así fue que de la noche a la mañana sus canciones comenzaron a ser escuchadas como fondo en un montón de avisos publicitarios e incluso hasta en películas. “Play” se convirtió entonces en un éxito mundial, y Moby, de un día para el otro, se volvió famoso y millonario: “Lentamente, ven. Que alguien venga. Que alguien se acerque lentamente”.

 

En este excelente videoclip podemos ver a nuestro calvo amigo recorriendo morbosos submundos, de los cuales se muestra ajeno en su condición de cosmonauta. Pero en la vida real esto era una patraña. Moby no supo ni pudo manejar esa fama tan repentina que se le vino encima como un alud, y rápidamente se volvió alcohólico y drogadicto. Sólo enfocarse en el misticismo lograría sacarlo de allí, y hoy es un vegano devoto que practica la meditación trascendendal: “Todavía el amor nos está rodeando, no puedes ignorar lo que ocurre a tu alrededor”. El video culmina con un velado homenaje a Stanley Kubrik y su filme “2001: Odisea del espacio”. El astronauta se obnubila por todo lo que ve, y toda esa información transcurre rápidamente ante sus ojos. Eso lo lleva a evolucionar en un nuevo ser de energía; sólo que a Moby esto no le ocurre en una luna de Júpiter, sino entre las góndolas de un supermercado. Se ha convertido en un ente que no será un simple habitante más de este mundo lúgubre, tal vez ahora hasta pueda mejorarlo: “Siento que en mí se va dando una lenta reconstrucción. Creciendo en número, creciendo en paz”. ¡Feliz Deprimartes!

 

 https://www.youtube.com/watch?v=xAh6fk0KD1c






martes, 17 de agosto de 2021

Capítulo 286: “Tutti Frutti”. Little Richard. (1955)

 



Deprimartes gustoso:

 

“Little Richard” Penniman o -“Ricardito” como lo conocimos en el mundo de habla hispana-, irrumpió en escena a principios de la historia rockera gracias a esta provocativa canción, con una letra bastante explícita; pero con todos los elementos de lo que de ahí en más se llamaría Rock & Roll. La potencia de la interpretación de Richard, y especialmente su forma de alcanzar las notas agudas, se convertirían en un verdadero manual sobre cómo debería cantarse este nuevo género. No por nada uno de sus sobrenombres ha sido el de ser el “arquitecto del Rock”: “Tengo una chica llamada Sue, ella sabe exactamente qué hacer. Se balancea hacia el Este, se balancea hacia el Oeste. Pero ella es la chica que más amo en la vida”. Además de esta canción fundacional del Rock, también escribió otras que se convertirían en clásicos eternos, como “Lucille” y “Long Tall Sally”. Su influencia fue tan grande que en las siguientes décadas todo su repertorio fue versionado hasta el hartazgo por los más exitosos artistas, quienes siempre le profesaron una admiración sin cuartel.  

 

“Tutti frutti, ¡qué bien!”. El nombre de ese estrambótico gusto que condensa a todas las frutas y las vuelve indescifrables es el mismo vocablo que en el argot yanqui de mediados de los años ’50 se utilizaba para referirse socarronamente a un hombre homosexual. Y aquí Little Richard usaba este término para intitular una pequeña pieza improvisada con la que solía bromear al piano. La letra era escandalosamente explícita: “Tutti Frutti, buen traserito, si no entra no lo fuerces; puedes ponerle grasa para hacerlo más fácil”, pero su disquera obviamente le sugirió cambiarla para apuntar a un público más amplio. De todas maneras la tensión sexual que Richard desparramaba en escena no dejaba dudas de cuál era el verdadero significado de la letra, que más allá de haber sufrido cambios aún era bastante subida de tono. Pero aquí Little Richard terminó dando con una genialidad, pues esta canción comienza con un grito suyo con una serie de sonidos sin sentido que suena como: “A-Wop-Bop-A-Loo-Mop-A-Lop-Bam-Boom!”. Esta frase improvisada recuerda mucho al “scat”, ese elemento tan jazzero en el cual el vocalista imita el riff de algún instrumento rellenando cada nota con sílabas cantadas al azar. Pero el acierto de Richard estuvo en la energía con que cantó ese galimatías, lo que lo convirtió en el grito de rebeldía propio de la nueva generación. Tan significativo fue ese alarido incoherente que se repitió como elemento no sólo en otras canciones -“Be-Bop A-Lula” de Gene Vincent es un buen ejemplo- sino también en cualquier otro producto de la cultura popular. Hoy encontramos muletillas como esas en todas partes, como nos lo demuestra el “Yabba Dabba Doo!” de Pedro Picapiedra, el "Na-Nu Na-Nu" de Mork, el “Wubba Lubba Dub Dub!” de Rick Sánchez, y también cualquier onomatopeya que Al Pacino quiera inventar en sus películas.

 

A lo largo de los años, la carrera de Little Richard sufrió debido a que su vida siempre giró en torno a tres estadíos: su status de rockstar, su inocultable homosexualidad (escandalosa para esa época), y su posterior conversión al cristianismo. Estas tres facetas de su persona tironeaban constantemente, a veces se superponían y hasta se eclipsaban entre sí; y como resultado Richard podía pasar de tener largos períodos de hedonismo, a terminar tramitando la licencia de ministro de su iglesia, con la cual llegó a oficiar casamientos: “Tengo una chica llamada Daisy, que casi me vuelve loco. Ella sabe cómo darme amor, vaya que sí. No tienes idea de las cosas que esa chica me hace”. Aunque de tanto en tanto retomaría su carrera y viviría de recuerdos, el éxito de sus primeras épocas culminó en 1958. Ese año tuvo una experiencia espiritual y decidió convertirse en cristiano, lo cual lo hizo renegar de su condición de rockero. Así Little Richard engrosó el selecto club de músicos que abandonaban su carrera en su mejor momento por culpa de la religión. Allí tenemos como ejemplos a Dan Peek de America, a Roger Hodgson de Supertramp, y a Mike Farner de Grand Funk Railroad; y no quisiera dejar afuera a nuestro querido Cat Stevens, quien se convirtió al Islam y dejó la música. ¡Feliz Deprimartes!

 

https://www.youtube.com/watch?v=Cj059o9OwqY&t=1s




martes, 10 de agosto de 2021

Capítulo 285: “Fools Gold”. Stone Roses. (1989)


 


Deprimartes caminante:

 

“El Camino del Oro sí que es una ruta larga, se bambolea entre las colinas a lo largo de quince días. La mochila en mi espalda me está matando de dolor, las correas parecen cortarme como cuchillos”. Siempre digo que nunca me caractericé por ser una persona que se involucrara en ninguna disciplina deportiva, pero es cierto que siento una potente atracción hacia algunas actividades emparentadas al deporte. Tal vez sea por el hecho de que me reconozco como un enamorado de las montañas, pero lo cierto es que el trekking, o senderismo, por lo general abarca una buena parte de mis vacaciones. La idea que predomina en la mente de todo aquel que sigue un sendero que se hunde entre el follaje es la de perderse en la naturaleza, y he aquí la ironía cómica de la vida misma: hay un cierto riesgo de perderse en la naturaleza y no encontrar nuevamente el sendero, o no lograr comprender cómo se lee un mapa. Alguna vez me ha ocurrido, y puedo asegurar que es increíble lo que le hace a nuestro cerebro la sola idea de no saber adónde nos encontramos. La búsqueda se transforma en desesperación, y termina siendo verdad aquello de que quien anda perdido camina en círculos. En casos así la incertidumbre es tan grande que se convierte en un caldo de cultivo para el fatalismo: “No soy un payaso, no voy a darme por vencido; y no necesito que tú me estés diciendo lo que está mal”. Puede llegar a pasarnos lo que le ocurre al extraviado protagonista de esta canción, quien en el colmo de las desventuras pierde el contacto con la realidad. Actúa como si estuviera ante un espejismo y parece caer en un trance hipnótico mientras se pone a canturrear una tonta melodía armada con la fatídica última palabra que había dicho: “Mal, mal, mal, mal…”.

 

“Estoy parado aquí solo, los estoy observando a todos y veo cómo se están hundiendo. Estoy parado aquí solo, mientras ustedes pesan el oro y yo miro cómo se hunden. Es el oro de los tontos”. Y hablando de perderse en las montañas, algunos pasajes de la letra de este tema parecen hacer mención de la Fiebre del Oro que estalló en California en 1848. Un hallazgo afortunado de algunas pepitas en el cauce de un río hizo que un aluvión de buscadores de oro arrasara con todo hasta dejar el terreno hecho un páramo, tan sólo por perseguir la quimera de la dorada salvación. Pero en más de una oportunidad se topaban con pirita, un material abundante que puede llegar a confundirse con el oro -de allí que se lo conozca como “el oro de los tontos”-, lo cual dejaba a los aventureros con los bolsillos aún más vacíos y los corazones llenos de ilusiones hechas trizas. Una realidad muy lejana de aquella que soñaban cada vez que tamizaban el agua de río con un plato, en busca de algún pequeño brillo dorado que les cambiara el destino: “El oro está a la vuelta de la esquina, se viene un gran cambio de vida”.

 

“Estas botas no fueron hechas para caminar, ni el mismísimo Marqués de Sade hubiera hecho unas botas como éstas”. Esta canción es una más que digna representante del movimiento conocido como “Madchester”, o “el sonido de Manchester”, que incorporaba algunos elementos electrónicos para hacer un poco más bailable el Postpunk que imperaba en ese entonces. Este sonido era una suerte de mezcla entre el Rock Indie y la música electrónica, aunque en esta corriente musical siempre primó el elemento rockero por sobre los sintetizadores. Terminó funcionando como una suerte de puente entre la New Wave de principios de los ’80 y el Britpop de mediados de los ’90. Por esa época se decía que Manchester era una ciudad en la cual uno giraba una piedra y debajo encontraba a una banda talentosa; y una de ellas era The Stone Roses. Estos muchachos tuvieron la particularidad de editar un álbum debut maravilloso, y que fue tomado como una postal de su época; pero luego tardaron más de cinco años en editar un segundo y último disco sin haber renovado demasiado su fórmula; y ese los hizo sonar un tanto fuera de tiempo. Aún así nos han dejado un puñado hipnótico de canciones que arrebatan nuestra memoria y la llevan de vuelta a 1989: “A veces sólo tienes que intentar arreglártelas, querida. Ya sé la verdad y también sé lo que estás pensando”. ¡Feliz Deprimartes!

 

 https://www.youtube.com/watch?v=NSD11dnphg0