Deprimartes
soñado:
Probablemente
no exista un lugar que haya tenido tanta influencia en la cultura de los
últimos cien años como el Estado de California. Su ciudad capital, Los Angeles,
contiene la meca del cine, Hollywood; sinónimo de fama y riquezas en las
cabezas inocentes de quienes viajan hacia allí en busca de sus sueños. Nuestras
ganas de ser felices nos juegan una mala pasada al hacernos creer que todo es
posible, y como ocurre en la publicidad de algún casino; el mundo siempre nos
muestra los rostros sonrientes de quienes apuestan y ganan, obviando
soberanamente a aquellos que lo pierden todo. Y que, por supuesto, son la
enorme mayoría: “Me subí a bordo de un 747 con
rumbo al oeste. No lo pensé demasiado antes de decidirlo. Oh, todo eso que se
decía sobre las oportunidades que había de aparecer encomerciales de TV y en
las películas sonaba tan real. Realmente sonaba tan real”.
Una
larga historia tiene California en aquello de prometer sueños dorados que sólo
pueden ser alcanzados por unos pocos. Fue allí que a mediados del Siglo XIX
surgió un fenómeno que terminó en una descontrolada explosión demográfica, y
que dio en llamarse la Fiebre del Oro. El descubrimiento repentino de unos
yacimientos de oro hizo que literalmente gente de todos los rincones del mundo
viajara durante meses hacia California para intentar tener su tajada, y así
convertirse en millonarios de la noche a la mañana. Por supuesto, la enorme
mayoría no hicieron más que perder todo lo que tenían y quedarse a vivir en esa
tierra extraña para darle vida a la nueva ciudad de San Francisco. Toda esa
gente terminó dándose cuenta bastante tarde de que las promesas que habían
hinchado las velas de sus barcos a través del océano para llegar al paraíso no
eran mucho más que el viento que precede un temporal: “Es
como si nunca lloviera en el sur de California. Parece como si escuchase muy
seguido ese tipo de comentarios. Dicen que nunca llueve en el sur de
California, pero, niña, ¿no te lo dijeron? Cuando llueve, llueve a cántaros,
vaya que sí llueve”.
Las
cosas no son como las pintan, y duele mucho tener que aceptar que el lecho de
rosas con el que habíamos fantaseado no es otra cosa que la pared de ladrillos
contra la que estrellamos nuestra cara: “Sin
trabajo, volviéndome loco, quedándome sin autoestima, ya no tengo ni qué comer.
No tengo a nadie que me ame, estoy desnutrido y quiero irme a casa. ¿Podrías
decirle a mis paisanos que casi casi lo logré? Diles que tuve tantas ofertas
que no pude decidirme por ninguna. Por favor, no les cuentes del estado en que
me encontraste. No se los digas, por favor; déjame un poco de dignidad”. De
todo esto nos canta Albert Hammond, un artista que no logró alcanzar la fama
como cantante más allá de este tema, pero que curiosamente tuvo muchísimo éxito
cantando en español (el hecho de haber pasado toda su infancia en Gibraltar le
abrió las puertas al conocimiento del mercado ibérico), y también escribiendo
(es el autor de “The Air That I Breath”, enorme suceso de The Hollies) y
produciendo, ya que llegó a trabajar con nombres como los de Mama Cass Elliot, Johnny
Cash, Richard Carpenter, Art Garfunkel, Whitney Houston, y Tina Turner, entre
tantos otros. ¡Feliz Deprimartes!