Deprimartes colectivo:
Collective Soul se ha transformado en una banda emblemática
del Rock Indie de los años ’90. Su sonido coqueteaba con el Grunge, pero en
realidad optaban mayormente por canciones con potentes riffs de guitarras y
melodías bastante pegadizas. Sus éxitos como “Shine”, “December” o “Run” son
imposibles de evitar para cualquier amante del buen Rock. Con un repertorio
lleno de canciones totalmente disfrutables, aún así de tanto en tanto se detenían
a considerar la vacuidad de la propia existencia: “¿Se
nos ha revelado nuestra propia consciencia? ¿Ha soplado ya la dulce brisa? ¿Es
que ha desaparecido toda la bondad? Espero que todavía permanezca algo de ella”.
El videoclip de este tema desgrana la rutina con que empieza su día un
ser humano común y corriente, como podría ser cualquiera de nosotros. Todo
consiste en estar constantemente apurando el paso para no decepcionar a las
manecillas del reloj, y caminar entre murallas de edificios que nos impiden cruzarnos
con aunque sea una mísera brizna de sol. Haciendo juego con todo esto, aparece
un muy pobre desayuno al paso que seguramente nos agujereará un poco más el
estómago; junto con las noticias, que lo único que hacen es carcomernos el alma
y llenarnos de desánimo frente a un mundo que sólo saca a relucir sus matices
más horripilantes. Es normal sumergirse en un periódico, la noche y su descanso
poco reparador nos han dejado famélicos de novedades, queremos saber qué pasó
en cualquier esquina del mundo mientras no estuvimos alerta. Y como sólo es
noticia el único avión que cae a tierra, y no los miles y miles que a toda hora
llegan sin problema a destino, la fatalidad se compra una parcela en nuestro
inconsciente y nos acompaña el resto del día. Todo esto forma parte de la
alienación de toda gran ciudad, esa misma que nos impide ver el sufrimiento del
prójimo que tenemos frente a nuestro mentón. Nos hemos vuelto insensibles, tenemos
formado en el espíritu ese callo que no nos deja empatizar con el dolor ajeno.
Es una realidad en la que ni siquiera los pequeños gestos de misericordia
parecen tener lugar, y son aplastados como cualquier flor insolente bajo el
peso de una bota; sin que nosotros seamos capaces de comprender por qué ocurre
todo esto: “Y brindo conmigo por esta nueva
tristeza que siento por mí mismo, sentado completamente solo aquí en la ciudad
de Nueva York. Y no sé por qué”.
“¿Estamos escuchando estos himnos de ofrenda?
¿Tenemos ojos como para apreciar el amor que se amontona en todas partes? Todas
las palabras que he estado leyendo han comenzado a sangrar hasta convertirse en
una sola”. Cuesta mantener
una actitud optimista con el ritmo diario, y todo se vuelve azul. Tenemos oscurecida
la vista no sólo con lágrimas sino también con nubarrones apocalípticos.
Sentimos que todo pesa como un yunque en el alma, y barajamos como último acto
de honor la posibilidad de reunir la poca valentía que nos queda para tomar una
decisión; tal vez la única de la que nos sintamos realmente dueños. Toda la
vida nos enseñaron a ir hacia arriba, así que escalar nos resulta casi natural.
Alcanzar una cierta altura desprendiéndose de todo el lastre innecesario para este
viaje, y echar una última mirada en derredor; como queriendo encontrar una
señal. Cualquier gesto azaroso que le dé algún tipo de significante a nuestra
vida. Algo que nos haga saber que todo lo hermoso que fuimos capaces de sentir puede
volver a ser realidad.
Y si esa señal llega, como en este caso una paloma se posa
en la mano del suicida, todo cambia. Todo vuelve a tener colores. Y es que se ha liberado. Una parte de él sí saltó al vacío, y lo que dejó atrás
fue una persona distinta. Una persona que ha aceptado el sinsentido de la vida, y que se ha liberado justo por el hecho de dejar de buscarle un significado a su tiempo en este mundo. Una persona que ahora puede ver con ojos nuevos que todo este tiempo sólo ha sido una hormiga recorriendo un sendero. Correteando
sin detenerse con los ojos pegados a la tierra, detrás de las migajas que le arroja la sociedad. Nada tenía sentido antes, y ahora tampoco; pero al menos ya lo sabe. Es el mismo mundo de
antes, pero él es ahora una persona diferente. Por eso todo ha cambiado: “Así que voy hacia lo alto y me detengo en el borde, para
saber cómo se ve mi mundo allí abajo. Y me río de mí mismo mientras se me caen
las lágrimas, porque se trata del mundo que conozco”. Como todas las
almas con penas existencialistas, el suicidio siempre está entre mis ideas
favoritas. Tengo en claro que se requiere una labor titánica para juntar lo
poco de uno que aún guarde algo de dignidad como para enfrentar esa última
labor. Es por eso que siempre me ha molestado enormemente que se tilde a los
suicidas de cobardes. Quienes dicen eso seguramente jamás se han visto en la
situación de sentir que cada día es ligeramente más amargo que el anterior. Por
suerte, hubimos quienes aprendimos algo de lo ocurrido, y hoy de tanto en tanto
podemos disfrutar de ese pequeño rayo de Sol que suele colarse por entre la
muralla de edificios. ¡Feliz Deprimartes!