martes, 24 de septiembre de 2019

Capítulo 238: “The World I Know”. Collective Soul. (1995)



Deprimartes colectivo:

Collective Soul se ha transformado en una banda emblemática del Rock Indie de los años ’90. Su sonido coqueteaba con el Grunge, pero en realidad optaban mayormente por canciones con potentes riffs de guitarras y melodías bastante pegadizas. Sus éxitos como “Shine”, “December” o “Run” son imposibles de evitar para cualquier amante del buen Rock. Con un repertorio lleno de canciones totalmente disfrutables, aún así de tanto en tanto se detenían a considerar la vacuidad de la propia existencia: “¿Se nos ha revelado nuestra propia consciencia? ¿Ha soplado ya la dulce brisa? ¿Es que ha desaparecido toda la bondad? Espero que todavía permanezca algo de ella”. El videoclip de este tema desgrana la rutina con que empieza su día un ser humano común y corriente, como podría ser cualquiera de nosotros. Todo consiste en estar constantemente apurando el paso para no decepcionar a las manecillas del reloj, y caminar entre murallas de edificios que nos impiden cruzarnos con aunque sea una mísera brizna de sol. Haciendo juego con todo esto, aparece un muy pobre desayuno al paso que seguramente nos agujereará un poco más el estómago; junto con las noticias, que lo único que hacen es carcomernos el alma y llenarnos de desánimo frente a un mundo que sólo saca a relucir sus matices más horripilantes. Es normal sumergirse en un periódico, la noche y su descanso poco reparador nos han dejado famélicos de novedades, queremos saber qué pasó en cualquier esquina del mundo mientras no estuvimos alerta. Y como sólo es noticia el único avión que cae a tierra, y no los miles y miles que a toda hora llegan sin problema a destino, la fatalidad se compra una parcela en nuestro inconsciente y nos acompaña el resto del día. Todo esto forma parte de la alienación de toda gran ciudad, esa misma que nos impide ver el sufrimiento del prójimo que tenemos frente a nuestro mentón. Nos hemos vuelto insensibles, tenemos formado en el espíritu ese callo que no nos deja empatizar con el dolor ajeno. Es una realidad en la que ni siquiera los pequeños gestos de misericordia parecen tener lugar, y son aplastados como cualquier flor insolente bajo el peso de una bota; sin que nosotros seamos capaces de comprender por qué ocurre todo esto: “Y brindo conmigo por esta nueva tristeza que siento por mí mismo, sentado completamente solo aquí en la ciudad de Nueva York. Y no sé por qué”.


“¿Estamos escuchando estos himnos de ofrenda? ¿Tenemos ojos como para apreciar el amor que se amontona en todas partes? Todas las palabras que he estado leyendo han comenzado a sangrar hasta convertirse en una sola”. Cuesta mantener una actitud optimista con el ritmo diario, y todo se vuelve azul. Tenemos oscurecida la vista no sólo con lágrimas sino también con nubarrones apocalípticos. Sentimos que todo pesa como un yunque en el alma, y barajamos como último acto de honor la posibilidad de reunir la poca valentía que nos queda para tomar una decisión; tal vez la única de la que nos sintamos realmente dueños. Toda la vida nos enseñaron a ir hacia arriba, así que escalar nos resulta casi natural. Alcanzar una cierta altura desprendiéndose de todo el lastre innecesario para este viaje, y echar una última mirada en derredor; como queriendo encontrar una señal. Cualquier gesto azaroso que le dé algún tipo de significante a nuestra vida. Algo que nos haga saber que todo lo hermoso que fuimos capaces de sentir puede volver a ser realidad.

Y si esa señal llega, como en este caso una paloma se posa en la mano del suicida, todo cambia. Todo vuelve a tener colores. Y es que se ha liberado. Una parte de él sí saltó al vacío, y lo que dejó atrás fue una persona distinta. Una persona que ha aceptado el sinsentido de la vida, y que se ha liberado justo por el hecho de dejar de buscarle un significado a su tiempo en este mundo. Una persona que ahora puede ver con ojos nuevos que todo este tiempo sólo ha sido una hormiga recorriendo un sendero. Correteando sin detenerse con los ojos pegados a la tierra, detrás de las migajas que le arroja la sociedad. Nada tenía sentido antes, y ahora tampoco; pero al menos ya lo sabe. Es el mismo mundo de antes, pero él es ahora una persona diferente. Por eso todo ha cambiado: “Así que voy hacia lo alto y me detengo en el borde, para saber cómo se ve mi mundo allí abajo. Y me río de mí mismo mientras se me caen las lágrimas, porque se trata del mundo que conozco”. Como todas las almas con penas existencialistas, el suicidio siempre está entre mis ideas favoritas. Tengo en claro que se requiere una labor titánica para juntar lo poco de uno que aún guarde algo de dignidad como para enfrentar esa última labor. Es por eso que siempre me ha molestado enormemente que se tilde a los suicidas de cobardes. Quienes dicen eso seguramente jamás se han visto en la situación de sentir que cada día es ligeramente más amargo que el anterior. Por suerte, hubimos quienes aprendimos algo de lo ocurrido, y hoy de tanto en tanto podemos disfrutar de ese pequeño rayo de Sol que suele colarse por entre la muralla de edificios. ¡Feliz Deprimartes!

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