¡Deprimartes aniversario!:
Un año hace ya que comencé con
esta humilde sección, compartiendo videos de tinte melancólico y filosofando,
muy baratamente, sobre la vida y su razón de ser. Gracias a todos los que
acompañaron con algún comentario, a quienes simplemente les gustó, o a los que
no hicieron mucho más que pegarle una miradita al pasar. De nuevo gracias. Este
va a ser uno largo, por que como el festejo lo merece, les he traído “El pianista”,
el tema que yo considero el Himno de los perdedores, y la letra completa no
tiene desperdicio. Aquí tienen al genial Billy Joel, sentado tras su piano, que
se desgrana en descripciones pormenorizadas sobre la gente que ve entre su
audiencia. Y todas son personas que vale la pena conocer: “Son las nueve en punto de un sábado, y la multitud
acostumbrada va llegando. Sentado a mi lado hay un viejo que está haciéndole el
amor a su Gin tonic. Me dice: ‘Hijo, puedes tocarme una vieja canción; no estoy
muy seguro de cómo iba, pero es triste y dulce, y me la sabía completa cuando
andaba vestido como un hombre joven’”. El dolor de ya no ser… Así es la
vida.
En ese antro de ostracismo
espiritual, el gran Billy, sin más ni más, logró componer la canción que todo
pianista quisiera cantar. Haciendo uso de su maestría musical, fusionó sin
inconvenientes el improbable matrimonio entre un piano y una armónica… Una pena
que el señor William Martin Joel se haya retirado hace ya mucho de la música
popular para dedicarse a componer música clásica. Pero, ¿quién podría culparlo?…
Sólo se dedicó a hacer aquello que lo hace feliz. Algo que no supo hacer la
gente de su bar: “John, el de la barra, es un buen
amigo mío; no me cobra los tragos, y es rápido para hacerte una broma o
encenderte el cigarro, pero hay otro lugar en el que le gustaría estar. Me
dice: ‘Bill, creo que esto me está matando’, mientras una sonrisa se le escapa
de la cara, ‘Pero estoy seguro de que podría ser una estrella de cine, si
pudiera salir de aquí’”. Si pudiera salir de aquí… Si pudiera escapar de
este lugar en el cual el destino me atornilló... Si pudiera abandonar esta
sonrisa estúpida a la que estoy obligado, y pudiera gozar de mis muecas
agridulces sin depender del qué dirán los clientes de este lugar… Pero este
lugar al menos me permite soñar, y saber que esos sueños serán siempre dorados
para mí, y no una mera posibilidad de quedar horrendamente incumplidos si
intento hacerlos realidad.
“Paul
es un escritor de novelas realistas, que nunca tuvo tiempo para casarse; y está
hablando con Davy, que todavía cumple servicio en la Marina, y que
probablemente siga allí de por vida”. Todos especímenes que no pueden,
no quieren, o tal vez no deben escapar de un destino aceptado… ¡Pero cómo me
gustaría reunirme con estos personajes, y aunque todavía reniegue de mi condición
de eterno abstemio, encontrar algo con lo cual llenar mi copa para brindar con
ellos! ¡Queridos compañeros de este bar, déjenme abrazarlos y llorar en su
hombro! Porque la realidad, con esa adicción enfermiza que la domina, también
se encargó de destrozar mis sueños… Déjenme reírme en su compañía de mis
propias lágrimas; y entre ustedes permítanme estar orgulloso de la puñalada que
la vida me asestó en la espalda. Tal vez así consiga el valor necesario para
volver a enamorarme de la esperanza.
“Y la
mesera está practicando diplomacia con un hombre de negocios que lentamente se va
poniendo borracho; y ambos comparten un trago que se llama ‘soledad’, pero es
mucho mejor que beber solo”. La soledad es mejor cuando es compartida,
sin dudas. No cualquiera sabe cómo estar solo en compañía, balanceando todo en
su justa medida. Ahí está el secreto.
“Es
una buena cantidad de gente para un sábado, y el mánager me sonríe, porque sabe
que es a mí a quien vinieron a ver, para olvidarse de la realidad por un rato.
Y el piano suena como una calesita, y el micrófono huele a cerveza; y todos se
sientan a la barra, y ponen propinas en mi tarro, y me preguntan: ‘¡Hombre, ¿qué
estás haciendo aquí?!’”. Un lugar plagado de seres maravillosos, aún el
pianista, que están atravesados tiernamente por sus propios fracasos. Y que
parecen decirnos que aprendamos a amar nuestros fracasos, porque son los que
nos forjan el alma. Gracias a la enorme cantidad de ellos que tenemos en
nuestras vidas, es que nuestras pequeñas victorias se nos vuelven gloriosas. Y,
si nos agobian demasiado, aún podemos ir a un bar a escuchar una buena melodía,
y pedir a gritos: “Cántanos una canción, tú, el del
piano; cántanos una canción esta noche. Porque estamos de humor como para una buena
melodía, y tú haces que nos sintamos tan bien...”. Sin duda alguna, creo
que el Cielo debe de tener algo de ese bar. ¡Feliz primer año de Deprimartes
para todos!