martes, 29 de octubre de 2019

Capítulo 243: “I’m Gonna Be (500 Miles)”. The Proclaimers. (1988)




Deprimartes escocés:

“Cuando me despierto, bueno, sé que un día seré el hombre que se despierte a tu lado. Y cada vez que salgo sé que terminaré siendo el hombre que camine a tu lado. Y si me emborracho sé que un día seré el hombre que termine emborrachándose contigo. Y si actúo nervioso sé que seré el hombre que se pone nervioso por tu culpa”. Mi historia con esta melodía es un tanto particular. Pocas veces me ocurrió que una canción se me pegoteara de una forma tan persistente. En plena búsqueda de material para este humilde blog me topé de manera aleatoria con este tema. Lo escuché una sola vez y no le presté demasiada atención, y el único detalle que recordé fue el hecho de que estuviera interpretada por dos gemelos con una tremenda pinta de nerds. Pero hete aquí que en los siguientes días me la pasé canturreando la melodía del estribillo sin que pudiera determinar a qué artista pertenecía. Tenía la sospecha de que se trataba de estos chicos, pero no podía recordar el nombre de la banda; así que me la pasé tratando de encontrar a dos hermanos idénticos y con un importante grado de miopía. No tuve suerte en mi búsqueda y terminé por olvidarme de todo esto, hasta que un buen día la fortuna me sonrió y nuevamente aparecieron ante mi The Proclaimers con este juramento: “Pero caminaría quinientas millas, y luego caminaría otras quinientas más sólo para ser el hombre que caminó mil millas para caer de rodillas ante tu puerta”. Me inundó la alegría al reconocer que la tonada que me perseguía era la de los hermanos Charlie y Craig Reid, dos escoceses de pura cepa muy comprometidos con todas las causas de su pueblo. Y también encontré que contaban con más de una melodía pegadiza; como “Letter From America”, y especialmente “I’m On My Way”.

Esta canción ha terminado por convertirse en una suerte de himno no oficial de Escocia, esa porción de tierra ubicada bien al norte del Reino Unido que cada tanto recuerda que odia a los ingleses y se quiere separar del resto de Gran Bretaña. Y ha terminado por funcionar como una marca de identidad nacional, porque donde sea que suene este tema se puede saber si hay escoceses presentes entre el auditorio porque se ponen a saltar como locos al escuchar promesas como éstas: “Cuando estoy trabajando sé que seré el hombre que termine trabajando para ti. Y cuando empiece a ganar dinero por mi trabajo te pasaré casi cada centavo que gane a ti”. No es de extrañar que hayan llegado al éxito con esta canción, pues tiene ese tipo de ritmo marcado y percusivo tan propio de los artistas de las Tierras Altas; el mismo ritmo que han traído hasta nuestros días bandas escocesas como Travis o Franz Ferdinand.

Si bien la canción fue un éxito el año en que se estrenó, tuvo su momento de gloria cuando fue incluida en la banda de sonido de la película de 1993 “Benny & Joon”, protagonizada por Aidan Quinn, Mary Stuart Masterson y un muy joven Johnny Depp (que aún no tenía una carrera fílmica tan extensa como para tirarla por la borda, lo cual hizo un par de décadas más tarde). Trata sobre el amor entre personas que sufren de algun tipo de enfermedad mental. Pero al ver sus escenas, la manera en que está rodada y la fotografía del filme, no dejan de acudir a mi mente imágenes de esa época; y me inunda la melancolía por lo hermoso que fueron los primeros años de la década del ’90. Fueron un tiempo mucho más sano y luminoso, donde no había que tener ojos en la nuca para ver si alguien te seguía en la calle ni tenías miedo de volver tarde por las noches. Yo tenía veinte años y sentía que todo valía la pena. Fueron los mejores días de mi vida, una época despreocupada en la cual el futuro aún no había llegado con su carga de sueños incumplidos que hoy son el yunque sobre el cual la vida martilla lo poco que me queda de alma. Yo también sentía que podía hacer promesas de amor eterno como éstas: “Cuando vuelvo a casa sé bien que un día seré el hombre que vuelva a casa para verte a ti. Y si envejezco sé que seré el hombre que envejezca al lado tuyo. Cuando me sienta solo, sé que seré el hombre que se sienta solo porque tú no estás. Y cuando esté soñando, sé bien que estaré soñando con el tiempo en que estuve contigo”. En definitiva: fui feliz en esos años… Y prácticamente no me di cuenta. Hoy los añoro con el corazón hecho astillas y las lágrimas se me quieren escapar cada vez que los recuerdo. ¡Feliz Deprimartes!

martes, 22 de octubre de 2019

Capítulo 242: “It’s My Life”. The Animals. (1965)




Deprimartes mujeriego:

“Es un mundo difícil como para conseguir una oportunidad, todo lo bueno ya ha sido tomado por alguien más. Pero nena, hay formas de hacer que ciertas cosas dejen dinero. Y aunque hoy lleve puesto estos harapos, un día me vestiré con pieles”. He aquí un detalle que nos da cuenta de toda el agua que corrió bajo el puente durante las últimas décadas. Con el advenimiento del feminismo rampante que se vive en este nuevo siglo, estoy seguro de que el videoclip que ilustra esta canción hoy bien podría ser considerado como machista; debido a que la banda está tocando con una escenografía de fondo que exhibe cabezas femeninas colgadas en la pared como trofeos de caza. Si bien quisieron jugar con el nombre de la banda, es obvio que al ojo moderno esta elección estética le resultaría un tanto incómoda. Pero también marca la enorme cantidad de límites que se han roto, y la gigantesca distancia recorrida por nuestra sociedad gracias a una revolución de paradigma que se inició más o menos por la época en que este grupo hacía su aparición: “Escucha lo que te digo, voy a ser el dueño de mi destino. No voy a pasarme la vida sudando para pagar la renta. Óyeme bien, me estoy liberando; no tiene sentido que intentes detenerme, así que quédate cerca mío”.

Estoy hablando de The Animals, banda perteneciente a esa Invasión Británica que tomó Norteamérica por asalto allá por 1964. Se hicieron súper conocidos con su versión del clásico “The House Of The Rising Sun”, logrando que esta canción fuera la segunda en la historia en llegar al Nº1 de las listas a ambos lados del Atlántico; luego de “I Want To Hold Your Hand” de The Beatles. Su cantante  Eric Burdon es considerado uno de los mejores vocalistas de la historia, y es un buen ejemplo de lo extraño que se aparecían ante el ojo yanqui estos inglesitos prolijos de traje y corbata haciendo música de artistas negros. Algunas teorías señalan que es el “Hombre Huevo” en la letra de la canción “I Am The Walrus” de los Cuatro de Liverpool, ya que John Lennon había coincidido con Burdon en alguna fiestas psicodélicas donde éste último tenía por costumbre el partir huevos crudos sobre mujeres desnudas… En fin, así eran los Años ’60: “Pero nena, recuerda que es mi vida y haré con ella lo que quiera. Esta es mi mentalidad y pensaré lo que quiera. Demuéstrame que estoy equivocado. Lastímame cuanto quieras, pero un día yo te trataré como a una reina”. The Animals consiguieron rápidamente el éxito, pero en el camino les pasó de todo. Primero su tecladista y fundador Alan Price abandonó la banda ante su imposibilidad de realizar giras, pues no podía superar su miedo a volar en avión. Luego se les fue el bajista, el rubio Chas Chandler, quien abandonó la banda en 1966 para dedicarse a ser representante; y tan mal no le fue, ya que su primer representado fue un tal Jimmy Hendrix. Finalmente el grupo acordó hacer una gira por el lejano Japón, sólo para tener que interrumpirla y huir del país debido a la amenaza de la mafia local. La Yakuza era quien estaba detrás de la organización de la gira, y consideraron que los músicos les debían dinero de antemano. En mi humilde opinión, esta sí es una buena excusa para disolver cualquier banda: ser amenazados de muerte por la mafia japonesa.

“Siempre habrá mujeres con mucho dinero que quieran adoptar a un huérfano como yo. ¿Vas a llorar cuando les exprima hasta el último centavo? Porque les sacaré todo sin tener ningún remordimiento. Les mentiré descaradamente y me quedaré con todo su dinero. Créeme, cariño; todo ese dinero será mío. ¿Puedes creerlo?”. La letra de esta canción suena bastante descarada en cuanto al desenfado con que el protagonista confiesa su plan de convertirse en un gigoló. Se trata de ese arquetipo del conquistador romántico que atrapa con embustes a señoras cuyos mejores años ya han quedado en el olvido, y que hoy en día se encuentran dispuestas a soltar algo de dinero para obtener una cuota de afecto. Simple ley de oferta y demanda. Y al parecer uno de los requisitos necesarios para ejercer esta profesión es la de no tener ningún tipo de escrúpulos. El amante masculino tiene prohibido mirar por sobre su hombro para ver el tendal de corazones rotos y cajas fuertes vacías que su accionar dejó tras de sí. Tienen la culpa exorcizada y una rutina de emociones falsas muy bien ensayada para lograr la próxima conquista. Aún a costa de su propia dignidad, esta es gente que no teme pasarse una buena temporada en el Purgatorio: “Yo no soy ningún santo, pero tampoco he recibido quejas. Así que ahora vete y trata de arreglártelas como puedas”. ¡Feliz Deprimartes!

martes, 15 de octubre de 2019

Capítulo 241: “Bright Eyes”. Art Garfunkel. (1979)




Deprimartes somnoliento:

“¿Estoy en una especie de sueño flotando a la deriva? ¿Me voy dejando llevar por el curso del río de la muerte, o esto es tan sólo un sueño?”. El productor de una canción puede hacer que las simples ideas se transformen en una obra gloriosa o en un desastre sonoro, todo dependiendo de qué decisiones tome a la hora de grabar. Y aquí tenemos un excelente ejemplo de cómo llegar a un clima de ensueño, esa atmósfera tan bien lograda que parecía sólo poder conseguirse en los años ’70. Nos recibe una introducción a cargo de instrumentos de viento seguido de un ataque de cuerdas, y todos parecen provenir de una orquesta. Pero luego desaparecen ambos elementos hasta el estribillo. En medio la dulce voz de Art Garfunkel, tan sólo acompañada por unos arpegios y un bajo, se va haciendo preguntas que en realidad no parecen querer encontrar respuesta: “Hay una niebla cubriendo el horizonte y un extraño resplandor en el cielo. Y nadie parece saber hacia dónde va todo esto, o qué significa. ¿Será tan sólo un sueño?”. En el estribillo se suma la percusión, las voces de apoyo y vuelve la orquesta para brindar un fondo suave sobre el cual sigue brillando la voz convertida en eco.

Tal vez esta ha sido la mejor voz que nos haya dado un género como el Folk, que no solía caracterizarse por tener grandes voces sino más bien por la calidad de las letras de sus canciones. En este ámbito apareció un humilde dúo compuesto por un hombrecito muy pequeño llamado Paul Simon y un tipo muy flaco y alto llamado Arthur Garfunkel. Ambos tuvieron una breve pero exitosísima carrera bajo el nombre del que tal vez haya sido el mejor dúo de la historia: Simon & Garfunkel. Una vez separados, nadie dudaba del éxito seguro del cantautor Paul Simon, y todos miraban de reojo la carrera solista de Art. Pero ambos músicos tuvieron su cuota de éxito, aunque por las suyas nunca lograron equiparar todo lo que hicieron como dúo. Como consuelo, de tanto en tanto se los suele ver reunidos y cantando sus grandes éxitos. Y Garfunkel aún le hace frente al paso de los años para dejar sonar su voz tan melosa y angelical, tal como la podemos escuchar en esta canción: “Ojos brillantes, ardiendo como el fuego. Ojos brillantes, ¿cómo pudieron haberse apagado? ¿Cómo pudo la luz que ardía tan brillantemente volverse de repente tan pálida?”.

Muy evocativa, esta melodía nos va meciendo suavemente entre verso y verso; aunque su letra es tan etérea que ella misma se pregunta si todo esto tiene algún significado: “¿Es alguna clase de sombra lo que parece estar alcanzando a la noche? Pasa vagando sin ser vista entre las colinas. ¿O es tan sólo un sueño?”. Si bien se le podría encontrar una connotación romántica a la letra y verla como una queja dolorosa frente a un amor que se apaga; la canción hace viajar a la mente, y ésta parece escuchar el lamento de un bosque lejano por la llegada de los días cortos del invierno. La queja dolorosa va dirigida al Sol, porque ese ojo brillante en el cielo ya no brilla como en sus mejores días: “Sopla un viento fuerte entre los árboles, hay un frío sonido en el aire. Y nadie nunca sabe cuándo te vas o cuándo es que comienzas tu marcha hacia la oscuridad”. Ya volverá la primavera... ¡Feliz Deprimartes!

martes, 8 de octubre de 2019

Capítulo 240: “One On One”. Hall & Oates. (1983)




Deprimartes deportivo:

Escena típica de una charla entre hombres, uno se pone a contar una anécdota e intenta explicarle a los demás alguna situación difícil de graficar. Trata de darse a entender con palabras estrafalarias, con comparaciones improbables, y hasta recurre a hacer gesticulaciones extrañas con las manos. Finalmente, saca a relucir su último recurso, el que siempre es efectivo: “Es como cuando pateas un tiro libre y le pegas con efecto, para que pase por afuera de la barrera”. Y allí se escucha un aluvión de: “¡Ah, sí!”, seguido por algún que otro trasnochado: “¿Por qué no lo explicaste así antes?”. Pareciera ser que para los hombres, las metáforas deportivas son el idioma común con el cual dejar en claro todo tipo de detalles. Y por supuesto, hay quienes tienen esto tan incorporado que no reparan en hablar de cuestiones amorosas con su interés romántico usando todo el tiempo parábolas futbolísticas o de cualquier otra competición: “Estoy cansado de jugar para el equipo, parece que ya no logro que me concedan un tiempo fuera. Qué cambio tan grande sería si ambos estuviéramos en el mismo bando, y que ninguno intentara ganar el juego por sí solo”. Si nos tomamos un minuto, se nos vendrá a la mente todo un pelotón de expresiones devenidas del deporte y que son de uso cotidiano; más que nada por tu tremenda efectividad para dar a entender algo en particular. Y no es un lenguaje que le sea completamente ajeno al género femenino, pero probablemente asisten de manera contemplativa a la diatriba masculina con un dejo de vergüenza ajena. Le debe resultar demasiado básico a una fémina que un hombre tenga tan pocas herramientas para comunicar lo que le pasa, pero ocurre que los varones usamos aquellas formas de comunicación que ya sabemos que sí funcionan; así que, ¿para qué buscar otras?: “Oh, ya puedo sentir la magia de tus caricias, y cuando te acercas un poco significa tanto para mí. Tienes que entender, nena, que estoy aquí para tener un tiempo fuera contigo”.

Daryl Hall y John Oates conforman un dúo que tuvo un éxito arrasador en la década del ’80. Se cansaron de vender discos en esos años, con un suceso tan grande que han llegado a ser considerados el dúo más exitoso a nivel comercial de toda la historia (sin embargo para mi gusto personal no les llegan ni a los talones a Simon & Garfunkel). Sin embargo esa no es toda la historia. Ocurre que Hall & Oates remaron durante toda la década del ’70 para acceder a la popularidad, sin conseguirlo. Y una vez que su década de gloria pasó, y con los bolsillos llenos de billetes muy bien ganados, se dedicaron a producir música para un público más adulto; sin que la cima de los charts fuese un norte al cual apuntar. Dejaron una estela imborrable de canciones que son reconocibles a la distancia, y siempre con el buen gusto musical de dos artistas cuya química es enorme: “De a dos, ahora sé que así es como quiero jugar. De a dos, quiero jugar ese juego esta noche. De a dos, lentamente; y eso es todo lo que necesitas entender ahora. Porque si lo nuestro realmente es lo correcto, entonces no importará nada más”.

En el videoclip de esta canción vemos al bueno de Daryl entregándose a las cavilaciones que se nos dan casi de manera natural mientras caminamos por la calle, rodeados de extraños; y que parecen ser las mismas que nos asaltan cuando estamos tirados en la cama intentando conciliar el sueño. En esos momentos el corazón parece que late más fuerte y se nos llena el pecho de valentía para pronunciar las palabras que frente a la persona amada se nos suelen atascar en la garganta: “No puedes decirme que no me extrañas, nena; creo que te conozco demasiado como para creer eso. Y me pregunto qué pensarías si supieras que te iría a ver esta misma noche”. El clima de este tema está muy bien logrado, siendo un típico lento meloso como para bailarlo en compañía de una niña con brillo en los ojos. La canción abreva con sus coros en los ritmos del Doo-Wop, ese género vocal tan típicamente afroamericano de los años ’50; y el sonido del saxofón no hace otra cosa que edulcorar aún más la atmósfera propicia para convocar el amor. Es la situación ideal para que los hombres la arruinemos intentando parecer románticos con otra metáfora deportiva: “No existe nada más que tú y yo, no quiero a nadie más. Nena, estoy cansado de jugar, no quiero jugar ese tipo de juegos nunca más. Sólo quiero jugar contigo. Sólo tú y yo”. Se ve que los hombres nunca aprenderemos. En fin… ¡Feliz Deprimartes!

martes, 1 de octubre de 2019

Capítulo 239: “Simple Kind Of Life”. No Doubt. (2000)




Deprimartes casamentero:

Otra banda que nunca me cayó del todo bien: No Doubt. Tal vez sean interesantes, pero no tanto como ellos creen. Su música guarda el embrión de un Ska mezclado con algo de Punk, pero nunca tuvieron un sonido demasiado distintivo como para creer que el mundo gira en derredor de ellos. O al menos eso nos hace pensar su cantante Gwen Stefani, que no hace otra cosa que cantar en todas sus letras cómo se lamenta una y otra vez por haber terminado su relación con el bajista de la banda, Tony Kanal: “Tu apareciste, y ahora yo te estoy dando caza; como si fuera una enferma abusiva doméstica buscando iniciar una pelea”. Las historias de amor suelen comenzar con la aparición rutilante de alguien que nos roba el corazón y nos hace sentir que el mundo se ha detenido. Nada más importa. Sólo esa persona que tenemos enfrente y por la cual acabamos de darnos cuenta de que tenemos sentimientos que nos cuesta controlar. Y cuando todo se descontrola, corremos el serio riesgo de dejar de ser individuos pacíficos y volvernos el estereotipo del psicópata enfermo de celos. Desgraciadamente es bastante común, y suele terminar como se espera: “Por un buen tiempo estuve enamorada. No sólo enamorada, estuve obsesionada con una amistad que nadie más podía tocar. Pero no terminó bien y terminé envuelta en una caparazón. Y lo único que quería eran las cosas simples, una clase de vida simple. Y lo único que necesitaba era un hombre simple, para que pudiera convertirme en esposa”.

“Estoy tan avergonzada, he sido muy mala. No sé cómo fue que llegué a este punto, ya que era yo quien siempre daba todo el amor”. El videoclip de esta canción nos da una idea bastante gráfica de las presiones que sufren las mujeres en cuanto a mandatos biológicos y sociales se refiere. Si bien hoy en día ciertas imposiciones ya se han ido diluyendo, aún recuerdo una época no muy lejana en la cual se esperaba que una mujer estuviese casada antes de los treinta años, y tuviera al menos un par de hijos. Esto, a causa de algo llamado “reloj biológico”, suele chocar de lleno con los sueños de juventud de cualquier niña de bien; ya que la llegada de una responsabilidad tan grande con forma de bebé obliga a postergar indefinidamente la felicidad personal para perseguir la del retoño. Por una buena época, en la cabeza femenina se juega una cinchada constante entre estas ideas de vida casi contrapuestas; y ese tipo de tira y afloje mental puede generar una buena dosis de angustia diaria, de cambios de idea constantes. Y ahí la vemos entonces a Gwen, primero huyendo a toda velocidad en la vida real del compromiso del casamiento, para luego soñar que intenta detener a sus compañeros de banda; que se divierten rompiendo cientos de pasteles de boda a garrotazo limpio. La novia toma un pedazo de pastel caído y lo prueba, para tratar de comprobar si su dulzura se debe a que encierra la idea de un amor perfecto, brillante y eterno como un diamante: “Si nos viéramos mañana por primera vez, ¿comenzaría todo otra vez? ¿Intentaría hacerte mío?”.

“Siempre pensé en convertirme en madre, y a veces deseo cometer un error. Pero entre más espero más egoísta me vuelvo. Y tú parece que serías un buen padre”. Esta cuestión tan moderna y tan francesa del amor romántico trae consigo algunos contratiempos. Porque en todo lo que se refiere al amor como proyecto de pareja, siempre parece rondar esa idea de que hay que pasar a un siguiente nivel. Siempre hay otra cosa que alcanzar. Primero hay que ponerse de novios, luego comprometerse, obviamente hay que casarse, tener hijos, un perro, comprar un coche, una casa, mandar a los chicos a la escuela, tener unas vacaciones en familia, etc. Es como si no existiera la noción de detener la marcha para disfrutar de lo logrado, simplemente hay que conseguir metas todo el tiempo… Por suerte en este nuevo siglo todo es mucho más laxo. Creo firmemente que, siempre que no represente un perjuicio para nadie, una persona tiene que poder estar con quien quiera estar con él o ella. La felicidad no es una franquicia llamada matrimonio, que puede aplicarse normativamente sobre todo el mundo. La felicidad no es una fórmula que pueda ser cuantificada, porque es una sumatoria de sensaciones totalmente subjetivas. La felicidad es personal, y ninguna es igual a la otra. Es así de simple, y cuando se nos ocurre que la vida debería ser más elaborada que eso es cuando todo se vuelve más complicado: “Ahora todas esas cosas simples se han vuelto simplemente muy complicadas para mi vida. ¿Cómo seguiré siéndole fiel a mi libertad, si es sólo una forma de vivir tan egoísta?”. Sólo se trata de saber elegir… ¡Feliz Deprimartes!