Deprimartes deportivo:
Escena típica de una charla entre hombres, uno se pone a
contar una anécdota e intenta explicarle a los demás alguna situación difícil
de graficar. Trata de darse a entender con palabras estrafalarias, con
comparaciones improbables, y hasta recurre a hacer gesticulaciones extrañas con
las manos. Finalmente, saca a relucir su último recurso, el que siempre es
efectivo: “Es como cuando pateas un tiro libre y le pegas con efecto, para que
pase por afuera de la barrera”. Y allí se escucha un aluvión de: “¡Ah, sí!”,
seguido por algún que otro trasnochado: “¿Por qué no lo explicaste así antes?”.
Pareciera ser que para los hombres, las metáforas deportivas son el idioma
común con el cual dejar en
claro todo tipo de detalles. Y por supuesto, hay quienes
tienen esto tan incorporado que no reparan en hablar de cuestiones amorosas con
su interés romántico usando todo el tiempo parábolas futbolísticas o de
cualquier otra competición: “Estoy cansado de jugar
para el equipo, parece que ya no logro que me concedan un tiempo fuera. Qué
cambio tan grande sería si ambos estuviéramos en el mismo bando, y que ninguno
intentara ganar el juego por sí solo”. Si nos tomamos un minuto, se nos
vendrá a la mente todo un pelotón de expresiones devenidas del deporte y que
son de uso cotidiano; más que nada por tu tremenda efectividad para dar a
entender algo en particular. Y no es un lenguaje que le sea completamente ajeno
al género femenino, pero probablemente asisten de manera contemplativa a la
diatriba masculina con un dejo de vergüenza ajena. Le debe resultar demasiado
básico a una fémina que un hombre tenga tan pocas herramientas para comunicar
lo que le pasa, pero ocurre que los varones usamos aquellas formas de
comunicación que ya sabemos que sí funcionan; así que, ¿para qué buscar otras?:
“Oh, ya puedo sentir la magia de tus caricias, y
cuando te acercas un poco significa tanto para mí. Tienes que entender, nena,
que estoy aquí para tener un tiempo fuera contigo”.
Daryl Hall y John Oates conforman un dúo que tuvo un éxito
arrasador en la década del ’80. Se cansaron de vender discos en esos años, con
un suceso tan grande que han llegado a ser considerados el dúo más exitoso a
nivel comercial de toda la historia (para mi gusto personal no les
llegan ni a los talones a Simon & Garfunkel). Sin embargo esa no es toda la
historia. Ocurre que Hall & Oates remaron durante toda la década del ’70 para
acceder a la popularidad, sin conseguirlo. Y una vez que su década de gloria
pasó, y con los bolsillos llenos de billetes muy bien ganados, se dedicaron a
producir música para un público más adulto; sin que la cima de los charts fuese
un norte al cual apuntar. Dejaron una estela imborrable de canciones que son
reconocibles a la distancia, y siempre con el buen gusto musical de dos
artistas cuya química es enorme: “Cuerpo a cuerpo, ahora
sé que así es como quiero jugar. Cuerpo a cuerpo, quiero jugar ese juego esta noche. Cuerpo a cuerpo, lentamente; y eso es todo lo que necesitas entender ahora. Porque si lo nuestro realmente es lo correcto, entonces
no importará nada más”.
En el videoclip de esta canción vemos al bueno de Daryl
entregándose a las cavilaciones que se nos dan casi de manera natural mientras
caminamos por la calle, rodeados de extraños; y que parecen ser las mismas que
nos asaltan cuando estamos tirados en la cama intentando conciliar el sueño. En
esos momentos el corazón parece que late más fuerte y se nos llena el pecho de
valentía para pronunciar las palabras que frente a la persona amada se nos
suelen atascar en la garganta: “No puedes decirme
que no me extrañas, nena; creo que te conozco demasiado como para creer eso. Y
me pregunto qué pensarías si supieras que te iría a ver esta misma noche”. El
clima de este tema está muy bien logrado, siendo un típico lento meloso como
para bailarlo en compañía de una niña con brillo en los ojos. La canción abreva
con sus coros en los ritmos del Doo-Wop, ese género vocal tan típicamente
afroamericano de los años ’50; y el sonido del saxofón no hace otra cosa que
edulcorar aún más la atmósfera propicia para convocar el amor. Es la situación
ideal para que los hombres la arruinemos intentando parecer románticos con otra
metáfora deportiva: “No existe nada más que tú y yo,
no quiero a nadie más. Nena, estoy cansado de jugar, no quiero jugar ese tipo
de juegos nunca más. Sólo quiero jugar contigo. Sólo tú y yo”. Se ve que
los hombres nunca aprenderemos. En fin… ¡Feliz Deprimartes!
No hay comentarios.:
Publicar un comentario