martes, 8 de octubre de 2019

Capítulo 240: “One On One”. Hall & Oates. (1983)




Deprimartes deportivo:

Escena típica de una charla entre hombres, uno se pone a contar una anécdota e intenta explicarle a los demás alguna situación difícil de graficar. Trata de darse a entender con palabras estrafalarias, con comparaciones improbables, y hasta recurre a hacer gesticulaciones extrañas con las manos. Finalmente, saca a relucir su último recurso, el que siempre es efectivo: “Es como cuando pateas un tiro libre y le pegas con efecto, para que pase por afuera de la barrera”. Y allí se escucha un aluvión de: “¡Ah, sí!”, seguido por algún que otro trasnochado: “¿Por qué no lo explicaste así antes?”. Pareciera ser que para los hombres, las metáforas deportivas son el idioma común con el cual dejar en claro todo tipo de detalles. Y por supuesto, hay quienes tienen esto tan incorporado que no reparan en hablar de cuestiones amorosas con su interés romántico usando todo el tiempo parábolas futbolísticas o de cualquier otra competición: “Estoy cansado de jugar para el equipo, parece que ya no logro que me concedan un tiempo fuera. Qué cambio tan grande sería si ambos estuviéramos en el mismo bando, y que ninguno intentara ganar el juego por sí solo”. Si nos tomamos un minuto, se nos vendrá a la mente todo un pelotón de expresiones devenidas del deporte y que son de uso cotidiano; más que nada por tu tremenda efectividad para dar a entender algo en particular. Y no es un lenguaje que le sea completamente ajeno al género femenino, pero probablemente asisten de manera contemplativa a la diatriba masculina con un dejo de vergüenza ajena. Le debe resultar demasiado básico a una fémina que un hombre tenga tan pocas herramientas para comunicar lo que le pasa, pero ocurre que los varones usamos aquellas formas de comunicación que ya sabemos que sí funcionan; así que, ¿para qué buscar otras?: “Oh, ya puedo sentir la magia de tus caricias, y cuando te acercas un poco significa tanto para mí. Tienes que entender, nena, que estoy aquí para tener un tiempo fuera contigo”.

Daryl Hall y John Oates conforman un dúo que tuvo un éxito arrasador en la década del ’80. Se cansaron de vender discos en esos años, con un suceso tan grande que han llegado a ser considerados el dúo más exitoso a nivel comercial de toda la historia (sin embargo para mi gusto personal no les llegan ni a los talones a Simon & Garfunkel). Sin embargo esa no es toda la historia. Ocurre que Hall & Oates remaron durante toda la década del ’70 para acceder a la popularidad, sin conseguirlo. Y una vez que su década de gloria pasó, y con los bolsillos llenos de billetes muy bien ganados, se dedicaron a producir música para un público más adulto; sin que la cima de los charts fuese un norte al cual apuntar. Dejaron una estela imborrable de canciones que son reconocibles a la distancia, y siempre con el buen gusto musical de dos artistas cuya química es enorme: “De a dos, ahora sé que así es como quiero jugar. De a dos, quiero jugar ese juego esta noche. De a dos, lentamente; y eso es todo lo que necesitas entender ahora. Porque si lo nuestro realmente es lo correcto, entonces no importará nada más”.

En el videoclip de esta canción vemos al bueno de Daryl entregándose a las cavilaciones que se nos dan casi de manera natural mientras caminamos por la calle, rodeados de extraños; y que parecen ser las mismas que nos asaltan cuando estamos tirados en la cama intentando conciliar el sueño. En esos momentos el corazón parece que late más fuerte y se nos llena el pecho de valentía para pronunciar las palabras que frente a la persona amada se nos suelen atascar en la garganta: “No puedes decirme que no me extrañas, nena; creo que te conozco demasiado como para creer eso. Y me pregunto qué pensarías si supieras que te iría a ver esta misma noche”. El clima de este tema está muy bien logrado, siendo un típico lento meloso como para bailarlo en compañía de una niña con brillo en los ojos. La canción abreva con sus coros en los ritmos del Doo-Wop, ese género vocal tan típicamente afroamericano de los años ’50; y el sonido del saxofón no hace otra cosa que edulcorar aún más la atmósfera propicia para convocar el amor. Es la situación ideal para que los hombres la arruinemos intentando parecer románticos con otra metáfora deportiva: “No existe nada más que tú y yo, no quiero a nadie más. Nena, estoy cansado de jugar, no quiero jugar ese tipo de juegos nunca más. Sólo quiero jugar contigo. Sólo tú y yo”. Se ve que los hombres nunca aprenderemos. En fin… ¡Feliz Deprimartes!

No hay comentarios.:

Publicar un comentario