martes, 24 de febrero de 2015

Capítulo 107: “Manic Monday”: Bangles. (1986)






Deprimartes resignado:



Es proverbial el odio mutuo que como raza humana nos profesamos con los días lunes. Es la vuelta a la rutina. Un baldazo de hielo que nos despierta de la ensoñación del fin de semana y nos recuerda que somos sólo engranajes de un sistema: “Ya las seis en punto, y yo estaba justo en el medio de un sueño. Besaba a Valentino a la vera de un cristalino arroyo italiano. Pero no puedo llegar tarde, o creo que ya no me van a pagar. Estos son los días en los que quisiera que la cama se tendiera por sí misma”.



The Bangles han sido prácticamente la única formación totalmente femenina en una banda funcional –esto es, que las cuatro ejecutaban un instrumento musical-, y que lograra un suceso masivo. Tuvieron una andanada de éxitos, pero como era previsible, el hecho de que fueran sólo chicas en la banda hizo que aparecieran los problemas de polleras. Las demás integrantes recelaban del protagonismo que iba adquiriendo en el grupo la guitarrista Susanna Hoffs, y las tensiones afloraron. Esos dilemas tan típicos de la cosmogonía femenina: “Tengo que agarrar el tren bien temprano, tengo que llegar a las nueve al trabajo. Y creo que si tuviera un aeroplano, igual llegaría tarde. Porque me toma demasiado tiempo decidir qué ponerme. Le echo la culpa al tren, pero mi jefe parece que no me cree”. Así, el ego y los celos fueron los mayores promotores de la separación de esta buena banda que visitó lo más alto de los charts musicales en más de una ocasión.



“Es sólo otro lunes maníaco. Desearía que fuera domingo, porque ese es mi día de diversión. Mi día en que no tengo que correr. Pero hoy es sólo otro lunes maníaco”. Éste gran éxito estuvo acompañado de un adecuado videoclip, en el cual se puede apreciar la alienación que genera la catarata de actividades robóticas a las que nos sometemos a diario. Vestirse rápido, lidiar con el tráfico, sumirse en la hacinación urbana, almorzar a las apuradas, el eterno reloj que nos esclaviza, el gris del asfalto, los edificios que nos acechan desde la altura, el poco cielo que queda a la vista, el trabajo lleno de labores ingratas, la vuelta a casa con la misma superpoblación de vehículos… Esa sensación de soledad que nos gobierna hacia el final del día… Y el terror de pensar que el círculo se repetirá mañana. Nos queda un último consuelo: no estamos solos en nuestra soledad. Todos sentimos más o menos lo mismo los días lunes. Es nuestro día en el que el alma se niega a acompañarnos, y se quiere quedar en el domingo.


Finalmente llegamos a casa, y tal vez –sólo tal vez- allí las cosas sean distintas. Tal vez algo, o alguien, nos aguarde. Pero… ¿por qué será que cambia tanto nuestra percepción del tiempo cuando estamos disfrutando o no de algo?: “De todas las noches, ¿por qué mi amante justo tuvo que elegir la de anoche para quedarse? Parece que no le importa que yo tenga que mantenernos a los dos, ya que está sin trabajo. Sólo me dice con su voz de dormitorio: ‘Vamos, amor; hagamos un poco de ruido’. Y el tiempo se va tan rápido cuando la estás pasando bien”. ¿Por qué el reloj parece que se arrastra cuando padecemos un suplicio, y por qué se convierte en un disparo hacia el futuro cuando nos sorprende una carcajada? Nadie lo sabe. Son sólo ironías con las que se deleita nuestro tirano destino. ¡Feliz Deprimartes!

martes, 17 de febrero de 2015

Capítulo 106: “Perfect Day”: Lou Reed. (1972)




Deprimartes perfecto:



Himno imperecedero del Rock, que como una novela de J. D. Salinger, sin decir nada en especial, consigue decirlo todo. El buen vivir de no hacer nada en particular, de dejar que la mente retoce libremente y vuelva a nosotros con un pensamiento nuevo; así como un sabueso vuelve con una presa entre los dientes. Hoy es hoy. Mañana… Bueno, el mañana no importa, ¿no es cierto? Tal vez en esto radique el secreto de la felicidad. ¿Quién lo sabe?: “Sólo es un día perfecto, bebiendo sangría en el parque; y luego cuando vaya oscureciendo, nos iremos a casa. Sólo es un día perfecto, alimentando a los animales en el zoológico; luego también veremos una película, y entonces nos vamos a casa”.


“Oh, es un día tan perfecto, me alegro de pasarlo contigo. Un día tan perfecto, y tú me mantienes andando”.
Aquello que nos mantiene andando puede ser el motivo válido para vivir, o bien el placebo que tan sólo nos tiene marcando tiempo. Aquí se puede estar hablando de una persona depositaria de nuestros amores, o bien de alguna otra cosa que nos produzca un estado alterado de la conciencia. Y es muy conocida la adición que Lou Reed tenía hacia la heroína.



Salido de la fábrica artística de Andy Warhol –nada más y nada menos- el señor Lou Reed fue un neoyorkino como pocos. Él era el tipo que usaba cuero cuando todos eran hippies. Cuando las canciones hablaban sobre el poder de las flores y del brillo del sol; él le cantaba a la opresión urbana, al pesimismo de la naturaleza humana, y a las prostitutas de su ciudad. Sin dudas, por talento, impronta, y actitud, Lou Reed es el padre del Rock alternativo. ¿Y qué es el Rock Alternativo? Pues nada más ni nada menos que una expresión musical que no persigue entrar en las listas de éxitos. Intenta desde el vamos convertirse en una obra de culto, un producto para los ávidos de intelecto, algo que debe promocionarse con el lento y muy efectivo método del boca a boca. Este debe ser un secreto guardado entre muchos, pero no demasiados. Queremos continuar siendo pocos: “Sólo es un día perfecto, nos olvidamos de nuestros problemas, y hacemos de cuenta que es fin de semana para nosotros; es tan divertido. Sólo es un día perfecto, haces que me olvide de quién soy. Por un momento pensé que yo era alguien más. Alguien bueno”.



Gracias hay que darle a la historia por la existencia de artistas como Lou Reed, Leonard Cohen, Bob Dylan, John Lennon, y tantos otros que han intentado siempre decir algo a través de sus canciones. Todos ellos son los poetas del rock, verdaderos juglares modernos que han sabido camuflarse tras una guitarra eléctrica para denunciar la opresión del Siglo XX. Han sido profetas que clamaban en el desierto, vociferando una única verdad, la que dice el último verso de esta canción: “Sólo cosecharás aquello que hayas sembrado”. ¡Feliz Deprimartes!

martes, 10 de febrero de 2015

Capítulo 105: “Bette Davis Eyes”: Kim Carnes. (1981)




Deprimartes rasposo:



Uno de los riffs de teclado más recordados nos da la bienvenida a la década de los ‘80s. Inconfundible y eterno, este tema tiene esa aura inexplicable que poseen ciertos números musicales que, simplemente, parecen no envejecer: “Su cabello es dorado como el de Jean Harlow, sus labios son una dulce sorpresa. Sus manos nunca están frías, ella tiene los ojos de Bette Davis. Ella te hechizará con su música, y tú no tendrás que pensarlo dos veces. Ella es pura como la nieve de Nueva York, ella tiene los ojos de Bette Davis”. Y ese carácter de eterno es una fórmula que no puede repetirse a voluntad. La cantante Kim Carnes nunca pudo repetir un éxito de este calibre, a pesar de tener una de las voces más distintivas que puedan escucharse. Su característica voz cascada, como si su garganta no estuviera del todo limpia, es un recurso que muchos suelen utilizar como herramienta a la hora de cantar con actitud rockera. Pero en el caso de esta artista, estamos ante una condición crónica, hecho por el cual se la comparará toda la vida con su colega masculino Rod Stewart.



“Y ella te provocará, te hará reaccionar. Hará de todo sólo para complacerte. Ella es precoz, y sabe lo que tiene que hacer para sonrojarse como una profesional. Ella tiene esa forma de suspirar a lo Greta Garbo, y tiene los ojos de Bette Davis”. Con sus enormes ojos azules, casi propios de un personaje de animé, Bette Davis fue una grandiosa estrella de la época dorada del cine americano. Se suele llamar “época dorada” a ese período en que el cine se volvió sonoro, y aún no respondía completamente a meros intereses comerciales; sino que se nutría de actores de formación teatral y utilizaba técnicas de filmación como el Technicolor, dándole a cada filme un carácter artesanal. Una película intentaba ser un hecho artístico, una obra maestra en sí misma. De esa época impregnada con una decadencia utópica también provienen los nombres de leyendas como Jean Harlow y Greta Garbo, a quienes se menciona en la canción. Fue una época de entreguerras, de mucha carencia económica. Y aún así fue tan única que todavía se la recuerda con un romanticismo que apenas sí tuvo.


“Ella dejará que la lleves a casa, eso despierta su apetito. Te recostará sobre su trono… Se tumbará sobre ti, te hará dar vueltas como si fueras un dado, hasta que te pongas azul”.
Pero más allá de una actriz, la canción parece hablar de otro tipo de artista. Una que adquirió su estereotipo en el policial negro, la femme fatale. Esa hembra voluptuosa que se deslizaba por la vida con las únicas armas que necesitaba para obtener todo lo que quería. Sus encantos. En todas las historias es la personificación de la tentación. El camino de la perdición de cualquier antihéroe: “Ella te expondrá cuando se vuelva nieve sobre ti, te tendrá a su merced sólo con unas pocas migajas que te arroje. Ella es feroz…”.



“Todos los chicos piensan que ella es una espía”. Y si de una femme fatale hablamos, es imposible dejar de lado al ícono de todas ellas: la espía Mata Hari. Esa bailarina exótica de los días de la Primera Guerra Mundial, que en París, y a fuerza de pura seducción, les robaba secretos a los militares franceses para luego venderlos a los alemanes. Aquella que enloquecía a los hombres, y que al ser descubierta, se encargó de lanzarles un último beso atrevido a su pelotón de fusilamiento. Y es así, desde el principio de los tiempos, las hijas de Lilith han asolado los sueños de los hombres. Y parece que así será por siempre… ¡Feliz Deprimartes!