Deprimartes camionero:
Es bien sabido que el Country y el Blues son dos de los ingredientes
más importantes de la fórmula que le dio origen al Rock & Roll. Y una vez
que el Rock tomó su propio vuelo, en un buen momento se acordó de su progenitor
y lo fue a buscar. Le prestó su potente base rítmica, y así fue como nació el
Country Rock. Agradablemente bailable, de poderoso sonido, y siempre con letras
bastante simplonas que se ocupaban de los avatares diarios de la gente común
que atraviesa la vasta llanura agrícola de EE.UU.: “Bueno,
las luces de medianoche sí que te ciegan en una noche lluviosa. Hay una
pendiente pronunciada delante que me podría retrasar, pero la pasaré sin
demoras porque tengo que seguir rodando”. Lo diré de una vez: pocas cosas
hay en este mundo tan efectivas para ponernos de buen humor como una buena canción
Country, ese género tan propio del interior rural norteamericano. Y si no me
creen, le apuesto mi alma al diablo a que no podrán dejar de mover los hombros
al compás del ritmo cuando escuchen temas como “Flint Hill Special”, “She
Taught Me To Yodel” o “Whiskey For Breakfast”. Se trata de ese tipo de melodías
que bien podrían arrancar a una muchedumbre de sus sillas para que comiencen a hacer
un Line Dance, probablemente el único tipo de baile que me gustaría aprender.
El Country se diferencia del Blues no sólo por su clara
raigambre blanca (el Blues siempre ha sido preponderantemente negro), sino
también por su intencionalidad de querer permanecer como un ámbito más bien
hermético. Nunca ha pretendido salir de Norteamérica, y aun así, ha ganado
simpatizantes en muchísimas partes del mundo. Sus límites con el Rock son más
bien difusos, al punto de no poderse asegurar con total claridad qué es
netamente Country y qué es Country Rock. Dentro de ese margen borroso se
encuentran nombres como Eagles, Poco, y Creedence Clearwater Revival, entre
muchos otros. Pero aquí tenemos a un hombre mucho más emparentado con el
Country tradicional, un cantautor que llegó a la cima de los charts y que llegó
a escribir temas nada más ni nada menos que para Elvis Presley. Estoy hablando
de Eddie Rabbit, quien como buen hombre de campo, decidió cantarle a esas
personas que mueven la economía de un país a través de las rutas: “Mis limpiaparabrisas van marcando el compás, llevando el
ritmo perfecto de la canción que suena en mi radio. Y yo tengo que seguir
rodando”.
“Voy manejando durante toda mi vida, buscando
un mejor camino para mí. Voy manejando toda mi vida, buscando un día soleado”. Si hay una canción perfecta
para ir escuchando mientras uno conduce un camión, creo que ésta se acerca
bastante a ese ideal. Guarda en la esencia de sus compases, y en su misma letra,
la simpleza misma de la vida en la ruta de un conductor cualquiera. Esa
practicidad bucólica que parecen observar aquellos que se saben meros engranajes de una maquinaria mayor, y que han entendido que en el sólo hecho de
seguir girando cual ruedas dentadas se puede encontrar un sentimiento parecido
a la felicidad. Detrás de un volante, y frente a los kilómetros vacíos que se
extienden hasta el horizonte, su mente no parece tener cavilaciones ni proyectos
de importancia; sólo prevalece una actitud resignada y carente de sueños que se
les ocurre ligeramente deliciosa. Es como un trance. Un estado de vigilia para
prevenirse a tiempo de cualquier desventura con que quiera chantajearlos el
camino: “En la parada de camiones se me acercó una
chica linda y quiso que la llevara a dar un paseo diciéndome que no me
arrepentiría. Pero era tan sólo una niña. ¡Camarera! Sírvame otra taza de café
que tengo que ponerme la chaqueta y salir apurado a la carretera para seguir persiguiendo
la mañana”. Así es la vida, sólo se trata de seguir rodando hasta que
nos alcance el nuevo día. ¡Feliz Deprimartes!
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