martes, 3 de septiembre de 2019

Capítulo 235: “Drivin’ My Life Away”. Eddie Rabbit. (1980)




Deprimartes camionero:

Es bien sabido que el Country y el Blues son dos de los ingredientes más importantes de la fórmula que le dio origen al Rock & Roll. Y una vez que el Rock tomó su propio vuelo, en un buen momento se acordó de su progenitor y lo fue a buscar. Le prestó su potente base rítmica, y así fue como nació el Country Rock. Agradablemente bailable, de poderoso sonido, y siempre con letras bastante simplonas que se ocupaban de los avatares diarios de la gente común que atraviesa la vasta llanura agrícola de EE.UU.: “Bueno, las luces de medianoche sí que te ciegan en una noche lluviosa. Hay una pendiente pronunciada delante que me podría retrasar, pero la pasaré sin demoras porque tengo que seguir rodando”. Lo diré de una vez: pocas cosas hay en este mundo tan efectivas para ponernos de buen humor como una buena canción Country, ese género tan propio del interior rural norteamericano. Y si no me creen, le apuesto mi alma al diablo a que no podrán dejar de mover los hombros al compás del ritmo cuando escuchen temas como “Flint Hill Special”, “She Taught Me To Yodel” o “Whiskey For Breakfast”. Se trata de ese tipo de melodías que bien podrían arrancar a una muchedumbre de sus sillas para que comiencen a hacer un Line Dance, probablemente el único tipo de baile que me gustaría aprender.

El Country se diferencia del Blues no sólo por su clara raigambre blanca (el Blues siempre ha sido preponderantemente negro), sino también por su intencionalidad de querer permanecer como un ámbito más bien hermético. Nunca ha pretendido salir de Norteamérica, y aun así, ha ganado simpatizantes en muchísimas partes del mundo. Sus límites con el Rock son más bien difusos, al punto de no poderse asegurar con total claridad qué es netamente Country y qué es Country Rock. Dentro de ese margen borroso se encuentran nombres como Eagles, Poco, y Creedence Clearwater Revival, entre muchos otros. Pero aquí tenemos a un hombre mucho más emparentado con el Country tradicional, un cantautor que llegó a la cima de los charts y que llegó a escribir temas nada más ni nada menos que para Elvis Presley. Estoy hablando de Eddie Rabbit, quien como buen hombre de campo, decidió cantarle a esas personas que mueven la economía de un país a través de las rutas: “Mis limpiaparabrisas van marcando el compás, llevando el ritmo perfecto de la canción que suena en mi radio. Y yo tengo que seguir rodando”.

“Voy manejando durante toda mi vida, buscando un mejor camino para mí. Voy manejando toda mi vida, buscando un día soleado”. Si hay una canción perfecta para ir escuchando mientras uno conduce un camión, creo que ésta se acerca bastante a ese ideal. Guarda en la esencia de sus compases, y en su misma letra, la simpleza misma de la vida en la ruta de un conductor cualquiera. Esa practicidad bucólica que parecen observar aquellos que se saben meros engranajes de una maquinaria mayor, y que han entendido que en el sólo hecho de seguir girando cual ruedas dentadas se puede encontrar un sentimiento parecido a la felicidad. Detrás de un volante, y frente a los kilómetros vacíos que se extienden hasta el horizonte, su mente no parece tener cavilaciones ni proyectos de importancia; sólo prevalece una actitud resignada y carente de sueños que se les ocurre ligeramente deliciosa. Es como un trance. Un estado de vigilia para prevenirse a tiempo de cualquier desventura con que quiera chantajearlos el camino: “En la parada de camiones se me acercó una chica linda y quiso que la llevara a dar un paseo diciéndome que no me arrepentiría. Pero era tan sólo una niña. ¡Camarera! Sírvame otra taza de café que tengo que ponerme la chaqueta y salir apurado a la carretera para seguir persiguiendo la mañana”. Así es la vida, sólo se trata de seguir rodando hasta que nos alcance el nuevo día. ¡Feliz Deprimartes!

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