martes, 10 de septiembre de 2019

Capítulo 236: “Sinkin’ Soon”. Norah Jones. (2007)




Deprimartes hundido:

“Somos un pedazo de pan en la olla de estofado, y la miel en el té. Somos cubos de azúcar, uno o dos terrones en el café negro. La corteza de un pastel de manzana que brilla bajo el sol en la tarde, somos una rueda de queso que vuela alta en el cielo. Pero vamos a hundirnos muy pronto”. Cuando el Jazz se digna bajarse de ese altar en que cree que está y se acerca a otras expresiones musicales no tan pretensiosas como el Pop, pueden aparecer artistas como la cantante y pianista Norah Jones. Su interesantísima voz tiene ese pequeño color distintivo al oído que la hace tan reconocible, y esto probablemente tenga una raíz en la mixtura de sus genes. Hija de madre estadounidense, su padre no la conoció sino hasta casi treinta años después. Y no es un dato menor, ya que se trataba nada más ni nada menos que de Ravi Shankar, el gran maestro oriental que le presentó la música india a The Beatles. Tal vez el mejor instrumentista de su época, destacó tocando el sitar; destino que comparte con su otra famosa hija Anoushka, la media hermana de Norah. Tantos años alejada de su familia hindú, seguramente ensombrecieron el carácter de esta niña como para que nos cante temas que dicen cosas como ésta: “En un bote construido con palos y heno, vamos flotando a la deriva con un capitán que es demasiado orgulloso como para aceptar que ya ha tirado los remos por la borda. Y ahora un muy pequeño agujero se ha transformado en una grieta en este pontón barato, así que el casco ya ha empezado a debilitarse; y vamos a hundirnos muy pronto”. Todo el videoclip de esta canción está filmado en un altillo, y como cualquier oscuro cuarto lleno de tesoros olvidados, éste está lleno de historias. Hasta los ratones que lo habitan parecieran tener cierto talento por vivir entre cosas tan interesantes. Los altillos se nos aparecen en la memoria como esos lugares mágicos de acceso restringido, que son y no son parte integral de un hogar; ya que allí va a parar todo lo que la familia no necesitará en el corto plazo. Viejos electrodomésticos que arreglaremos algún día que nunca llega, instrumentos musicales desvencijados pertenecientes a un par de sueños que tuvimos y que ya han muerto hace mucho. Prendas de vestir y juguetes que han sido usados décadas atrás por personas que nuestra memoria nos asegura sin posibilidad de error que somos nosotros mismos. Tipos de calzado, pelotas y artefactos que darían testimonio ante cualquier juez de que en algún momento de nuestras vidas jugamos a algún deporte, y seguramente de forma vergonzosa.

Los altillos suelen ser un cementerio de momentos, un potencial sitio arqueológico, y el lugar ideal para que se vayan a vivir los fantasmas de nuestros seres queridos. Visitar uno nos exige el mismo temple que necesitaríamos para adentrarnos machete en mano en cualquier ruina ancestral. La pobre iluminación, las capas de polvo y los jirones de telarañas nos avisan que todo lo que está allí tal vez desea permanecer ignorado. Y es que allí habita nuestro pasado. Cualquier cosa que toquemos cobrará vida por un nuevo y breve instante. Al abrir cualquier baúl nos inundará el olor a papel viejo que dispara los recuerdos como si fuera un ejército de luciérnagas revoloteando a nuestro alrededor. Cartas de un tono ocre donde se juraron y perjuraron amores eternos que no siempre lo fueron tanto. Fotografías que nos hablan con palabras que no comprendemos. Alguna baratija ya sin brillo que vale más para nuestro corazón cuanto más anciano se va poniendo. Y todos esos recuerdos nos dicen lo mismo: disfruta del día, porque en poco tiempo todo se va a terminar: “Todo el mundo contenga la respiración, porque nos vamos a hundir muy pronto. Hasta el fondo nos iremos”. Todo nuestro pasado, y el de nuestros afectos, está en ese cuarto, gritándonos que ni siquiera se nos ocurra olvidarlo. E invitándonos a volver más seguido.

“Como el pedazo de pan en la olla de estofado y la miel en el té. Como los cubos de azúcar, ¿quieres uno o dos terrones? No, gracias; ninguno para mí”. Muy alegremente nos sigue susurrando Norah su letanías apocalípticas, y lo hace con una alegre mueca cómplice. Es que de eso nos ha venido cantando todo el tiempo, sobre lo inevitable del destino. Hagamos lo que hagamos, todo terminará; así que, ¿por qué poner mala cara? Disfrutemos, de todas maneras ya nos dimos de narices contra el iceberg. Sigamos escuchando a los músicos tocar, porque en un par de horas (tal vez semanas, tal vez años) todo terminará. Y ya nada importará. Continuemos escuchando a esta orquesta, y que sus acordes nos sirvan como música de fondo para nuestro propio gran final: “Como la rueda de queso que vuela alta en el cielo, bueno, estamos por hundirnos muy pronto”. ¡Feliz Deprimartes!

No hay comentarios.:

Publicar un comentario