Deprimartes armonizado:
El simple acto de amonizar. Una primera voz
entona una melodía abrazada por otra que canta una melodía similar, pero
diferente, un par de tonos más arriba, o más abajo, o atravesándose de arriba
abajo, o de abajo arriba, todo es válido; el secreto y el arte reside en
encontrar las combinaciones de notas que encajen de manera agradable en el oído
del público. Y en eso, como en casi todas las cosas, también hubo próceres: “Soñar, soñar, soñar… Cuando te quiera en mis brazos, cuando quiera quedarme
con todos tus encantos; en cualquier momento en que te quiera para mí, lo único
que tengo que hacer es ponerme a soñar”. Si bien es algo tan antiguo como la música misma, se puede decir que los
inventores de la armonía vocal en la Era Rock fueron Phil y Don Everly, quienes
les enseñaron a cantar a toda la generación que nos daría las mayores cimas del
Rock & Pop como The Beach Boys, The Beatles, Simon & Garfunkel, The
Hollies, Crosby Stills & Nash, etc. No hay uno solo de ellos que no se haya
basado en lo que hacían estos hermanitos veinteañeros vestidos de punta en
blanco.
“Cuando me sienta triste en la noche y necesite que me abraces
fuerte, en cualquier momento en que te quiera para mí, lo único que tengo que
hacer es ponerme a soñar”. Si bien puede decirse que sus canciones eran relativamente
simples, y sus letras nunca llegaron a escapar de la temática más simple de los
amores estudiantiles, esto mismo le ocurrió a todos los músicos en los años
50’; una época de arreglos casi inexistentes en el naciente Rock, donde reinaban las voces bien limpias y pulidas, y una casi infaltable guitarra con efecto trémolo. Pero cuando finalmente la gloriosa década de los años ’60 los tomó por
sorpresa, como a casi todos los de esa primera generación, se quedaron para
siempre como un símbolo de la época de los héroes fundacionales del Rockabilly.
“Podría hacerte mía, y degustar tus labios color de vino
en cualquier momento, sea día o sea noche. El único problema es que voy a
pasarme la vida soñando”. Ya lo decía Calderón de la Barca: soñar no cuesta nada. Y por
ser gratis, puede volverse una adicción. ¿Vale la pena perder la vida en
ensoñaciones que jamás se harán realidad? Aunque también es válido recordarnos
que toda realidad lograda, siempre antes fue soñada. Es imposible lograr una
meta sin que primero se nos aparezca como una fantasía gloriosa e inalcanzable.
Supongo que, como en todo, el éxito radica en encontrar el justo balance entre
sueño y esfuerzo: “Te necesito tanto que siento que podría morirme, y te amo tanto
que es por eso que cada vez que te quiera para mí, lo único que tengo que hacer
es ponerme a soñar”. ¡Feliz
Deprimartes!