martes, 13 de octubre de 2015

Capítulo 140: “Streets Of Philadelphia”. Bruce Springsteen. (1994)





Deprimartes terminal:



Pocos artistas han intentado dar una imagen tan representativa de la clase trabajadora yanqui como Bruce Springsteen. Su estampa de camionero sobre el escenario le ha valido la identificación con el público común, y no por nada es conocido con el apodo de “El Jefe”. Pero para llegar a la cúspide de su obra, dejó de lado todo eso; y con toda la sobriedad que un ser humano puede lograr, le cantó como nadie a la enfermedad y a la muerte: “Estaba lleno de moretones y magullones, y no podía decirle a nadie cómo me sentía. Estaba irreconocible para mí mismo. Vi mi reflejo en una ventana, y no vi mi cara ahí. Oh, hermano, ¿vas a dejar que siga arruinándome aquí, en las calles de Filadelfia?”



Ese cambio de actitud para encarar la canción principal de la película “Philadelphia” terminó por valerle un premio Oscar. Y fue el mismo director de la película, el gran Jonathan Demme, quien dirigió este estremecedor videoclip, donde Bruce desanda los suburbios de esta ciudad, rodeado de gente desesperanzada: “Caminé por la avenida hasta que mis piernas se sintieron como piedras, escuché las voces de amigos que se desvanecían y desaparecían. Por las noches podía escuchar la sangre en mis venas, que se volvía negra y me susurraba como lo hace la lluvia en las calles de Filadelfia”. Es de destacar la elección del director de utilizar el audio que va registrando directamente Bruce mientras camina, en lugar de ponerlo a hacer mímica sobre una cinta pregrabada. La naturalidad que esto le imprime a su interpretación le da una calidad humana enorme a este video.



“Ningún ángel va a saludarme, somos sólo tu y yo, amigo mío. Y mis ropas ya no me quedan. Es como si hubiera caminado miles de millas sólo para librarme de esta piel”. Azote imparable del fin de milenio, el síndrome de inmuno deficiencia adquirida segó la vida de millones, de una manera lenta y dolorosa. Y lo peor era el temor a la condena social, lo cual parecía llevarnos de vuelta varios siglos atrás, cuando lo común era señalar al leproso y aislarlo. Así que la condena a muerte era doble, la física y la social: “La noche ha caído y yo estoy tirado despierto, puedo sentir cómo me voy desvaneciendo. Así que recíbeme, hermano, con tu beso desesperanzado, o ambos vamos a quedarnos solos en las calles de Filadelfia”. Aunque aún en estos años –y parece que por muchos más- tenemos que lidiar con esta terrible enfermedad, tengo la sensación de que hemos avanzado mucho en cuanto a no discriminar a aquellos a quienes la sangre se les vuelve veneno… ¡Feliz Deprimartes!

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