Deprimartes terminal:
Pocos artistas han intentado dar
una imagen tan representativa de la clase trabajadora yanqui como Bruce
Springsteen. Su estampa de camionero sobre el escenario le ha valido la
identificación con el público común, y no por nada es conocido con el apodo de “El
Jefe”. Pero para llegar a la cúspide de su obra, dejó de lado todo eso; y con
toda la sobriedad que un ser humano puede lograr, le cantó como nadie a la enfermedad
y a la muerte: “Estaba lleno de moretones y
magullones, y no podía decirle a nadie cómo me sentía. Estaba irreconocible
para mí mismo. Vi mi reflejo en una ventana, y no vi mi cara ahí. Oh, hermano,
¿vas a dejar que siga arruinándome aquí, en las calles de Filadelfia?”
Ese cambio de actitud para encarar
la canción principal de la película “Philadelphia” terminó por valerle un premio
Oscar. Y fue el mismo director de la película, el gran Jonathan Demme, quien
dirigió este estremecedor videoclip, donde Bruce desanda los suburbios de esta
ciudad, rodeado de gente desesperanzada: “Caminé
por la avenida hasta que mis piernas se sintieron como piedras, escuché las
voces de amigos que se desvanecían y desaparecían. Por las noches podía
escuchar la sangre en mis venas, que se volvía negra y me susurraba como lo
hace la lluvia en las calles de Filadelfia”. Es de destacar la elección
del director de utilizar el audio que va registrando directamente Bruce
mientras camina, en lugar de ponerlo a hacer mímica sobre una cinta pregrabada.
La naturalidad que esto le imprime a su interpretación le da una calidad humana
enorme a este video.
“Ningún
ángel va a saludarme, somos sólo tu y yo, amigo mío. Y mis ropas ya no me
quedan. Es como si hubiera caminado miles de millas sólo para librarme de esta
piel”. Azote imparable del fin de milenio, el síndrome de inmuno
deficiencia adquirida segó la vida de millones, de una manera lenta y dolorosa.
Y lo peor era el temor a la condena social, lo cual parecía llevarnos de vuelta
varios siglos atrás, cuando lo común era señalar al leproso y aislarlo. Así que
la condena a muerte era doble, la física y la social: “La
noche ha caído y yo estoy tirado despierto, puedo sentir cómo me voy
desvaneciendo. Así que recíbeme, hermano, con tu beso desesperanzado, o ambos
vamos a quedarnos solos en las calles de Filadelfia”. Aunque aún en
estos años –y parece que por muchos más- tenemos que lidiar con esta terrible
enfermedad, tengo la sensación de que hemos avanzado mucho en cuanto a no
discriminar a aquellos a quienes la sangre se les vuelve veneno… ¡Feliz
Deprimartes!
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