Deprimartes motociclista:
Es imposible imaginar la intervención de un instrumento
como la flauta traversa en la música moderna sin remitirse a la figura de Ian
Anderson, líder indiscutido de un grupo paradigmático del Rock Progresivo como Jethro
Tull. Su inconfundible postura al tocar, parado sobre una pierna y con la otra
flexionada como si fuera una grulla, es una imagen que se ha convertido en espejo
obligatorio para todo aquel que sueñe con ejecutar un solo de flauta en una
banda. Los Jethro Tull llevaban por nombre el de un inventor de máquinas
agrícolas del Siglo XVIII, y su sonido estaba muy obviamente influenciado por
la antigua música campestre inglesa. Son los responsables de verdaderas obras
de arte como lo son los álbumes Aqualung y Thick As A Brick, cimas creativas de
la primera mitad de los años ’70. Y ya por esa época comenzaban a preguntarse por
qué el cuerpo humano no estaba preparado para afrontar el tiránico paso del
tiempo: “El viejo rockero solía llevar su pelo
demasiado largo y la botamanga de sus pantalones demasiado ajustadas. Siempre se
veía pasado de moda y bebía su cerveza demasiado liviana. Lucía una calavera en
la hebilla de su cinturón que representaba los sueños del ayer, y con eso él se
sentía un profeta de la destrucción. El viento no se colaba por su ropa de dobles
costuras mientras sentía su melancolía de la post guerra”.
Desde que se dio a conocer a mediados de la década de 1950,
el Rock & Roll ha estado intrínsecamente asociado con una imagen de eterna juventud.
Tener veinte años representó desde entonces estar en el mejor momento de
nuestras vidas, y esa presunción nos alcanza hasta nuestros días. Pero la cosa
nunca había sido así. Antes del Rock todos los niños soñaban con ser adultos,
dejar de hacer correrías y ponerse los pantalones largos para enfrentar los
problemas con que lidiaba la gente mayor. La juventud era sólo un estado
pasajero y de preparación. Todo niño anhelaba tener treinta años, hasta que la
visceralidad de la Cultura Rock nos hizo darnos cuenta de que la mejor edad
para disfrutar de la vida a todo volumen eran nuestros hoy lejanos y queridos veinte.
Ni siquiera llegar a los treinta era importante, ya que varias leyendas del
Rock se morían en la cúspide de su gloria apenas llegando a los veintisiete. Entonces,
¿qué pasa cuando nos damos cuenta de que la juventud nos ha pasado de largo y
nos queda esa sensación amarga de fiesta terminada? ¿Ya somos viejos? Pero, ¿qué
significa ser viejo? ¿Significa que seremos sólo un despojo canoso que recuerda
a los trompicones cómo fueron sus mejores momentos?: “Él
hace un tiempo tuvo una Harley Davidson y una Triumph Bonneville. Tenía tantos
amigos como bujías quemadas en la moto. Y rezaba para que las cosas siempre
fueran así, pero hoy es el último de aquellos mecánicos de sangre noble. Ahora
todos sus amigos se la pasan perdiendo el tiempo. Cambiaron el camino por el
anillo, están todos casados y con tres hijos. Se podría decir que vendieron su
alma hace rato. Algunos de ellos tienen sus pequeños coches deportivos, y se
reúnen en el club de tenis para tomarse un trago todos los domingos; porque el
lunes toca trabajar. Hace mucho que tiraron sus zapatos de gamuza azul”.
Darse cuenta de que la fiesta se ha terminado puede
significar sólo una cosa: sólo queda por delante la vida adulta. Hay que
arremangarse y ponerse a limpiar. Hay que pensar en el mañana, en las
consecuencias. Hay que hacer planes, incluso si queremos volver a estar de
fiesta alguna vez habrá que ponerse a planear cómo organizarla. Dejar de ser
jóvenes significa tomar compromisos y responsabilidades. Lo diré una vez más: darse
cuenta de que la fiesta se ha terminado puede significar sólo una cosa. Significa
justamente eso, que la fiesta se terminó. Ni más ni menos. Y pretender que aún
tenemos veinte años y que estaremos de fiesta por siempre puede terminar
doliendo mucho más que el golpe con que nos recibirá la realidad: “Y así el viejo rockero toma su motocicleta para hacer
una diferencia antes de marcharse. Toma la autopista por Scotch Corner, justo
como siempre lo había hecho. Y mientras él vuela unas lágrimas se escapan de
sus ojos, y sus últimas palabras azotan el viento dejando un eco detrás. Y
golpea el camino yendo a más de ciento veinte, sin tener siquiera espacio
suficiente para frenar”.
El horrendo videoclip producido para esta canción es muy
propio de su época. Tiene un humor que bien podría ser calificado en estos días
como obsoleto, y por momentos llega a tener un aire rancio de machismo exagerado.
Aprovechando el histrionismo que Ian Anderson solía desplegar en escena, aquí lo
tenemos haciendo las veces de ese motociclista acrobático que no logra
reconocer que sus mejores épocas se han ido hace ya mucho. Y salta una última
vez para probarse que aún puede hacerlo, o morir intentándolo. A escala menor, es
algo que hacemos todos en algún momento; tratar de comprobar si la vida aún nos
sonríe. Aunque casi siempre resulta que tan sólo nos está mostrando los dientes:
“Ahora es demasiado viejo para el Rock 'n' Roll
pero demasiado joven para morir”. El mensaje de la canción no es del
todo claro. Bien puede significar que nunca se es lo suficientemente viejo como
para dejar de disfrutar de lo que amamos, aunque también puede interpretarse como que nadie sabe retirarse con dignidad. Pero, ¡tranquilos!, aún nos queda el autoengaño: “No, tu nunca serás demasiado viejo para el Rock 'n' Roll
si aún eres demasiado joven para morir”. ¡Feliz Deprimartes y hasta la
próxima temporada!
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