Deprimartes afrancesado:
“Era un casamiento de unos jovencitos y los
viejos parientes les deseaban mucha suerte. Podías darte cuenta de que Pierre
realmente amaba a esa ‘mademoiselle’. Y ahora los recientes ‘monsieur’ y
‘madame’ han hecho que suene la campana de la capilla”. Chuck Berry, el gran creador de “Johnny
B. Goode” (tal vez la intro de guitarra más reconocible de toda la historia del
Rock), nos canta en esta canción una
historia que puede sonarnos tal vez demasiado común; como la de cualquier vecino
del barrio. Es el cuento de la parejita feliz que acaba de casarse –por la
cantidad de galicismos de la letra ya podemos adivinar que estamos en Louisiana–
y que comienza el camino para ir progresando poco a poco en la vida. Alerta de
espoiler: la historia ni siquiera tiene un final amargo, sino todo lo
contrario… Por lo tanto la única pregunta que me ha quedado flotando en el aire
es la siguiente: ¿es esta la famosa felicidad de la que tanto nos han hablado?
¿Tan simple ha ser nuestra vida como para no pretender aspirar a nada más?
Y
es que salvo algunas anécdotas mínimamente pintorescas, y que no aportan nada a
la historia, no ocurre en la letra nada digno de mención. Ningún contratiempo.
Ninguna peripecia. Ninguna desventura. Esto quiebra un principio básico de
cualquier narrativa: si nada ocurre, nada se puede contar; y la canción parece
ir alegremente y campo traviesa a dárselas de frente contra la dinámica misma
de cualquier crónica. Nos encontramos entonces con un reduccionismo casi
budista sobre la vida misma en el cual se nos reafirma que no va a pasar nada
fuera de lugar: “Decoraron su departamento con
muebles baratos enviados por correspondencia. Tenían la heladera llena de cenas
congeladas y de cervezas, pero cuando Pierre encontró trabajo las cosas
empezaron a mejorar de a poco”. El núcleo del mensaje aquí parece ser
que si nos parapetamos inteligentemente frente a la vida, todo irá mejorando. Lo
importante es mantenerse en movimiento aunque sólo sea mediante pasitos de
bebé. De manera tranquila pero constante, la tortuga siempre le ganará terreno
a la liebre dormilona.
Tal
vez ese sea el sentido último de la vida: que no tenga un sentido en sí misma.
Que no busquemos un fin mayor que necesite ser alcanzado, sino que simplemente
aprendamos a disfrutar del viaje; porque no estaremos vivos otra vez: “Tenían un tocadiscos de alta fidelidad, y vaya que lo
hacían sonar a todo volumen. Setecientos discos simples, todos de Rock, Rythm
& Blues y Jazz, pero cuando el sol bajaba el ritmo de la música también lo
hacía”. Es casi imposible mensurar la importancia de Chuck Berry en la
historia del Rock. Es principalmente a él a quien le debemos la instauración de
la figura del guitarrista como estrella de una banda, porque este buen señor
descollaba sacando a relucir novedosos riffs cuando el primer Rockabilly no era
más que un trabajo de equipo coronado por el sonido de un piano. En manos de
Chuck, el Rock y la guitarra entendieron que estaban hechos el uno para el
otro, tal como Pierre y su “mademoiselle” en su hit de medidados de los ’60; que hasta
supo tener su momento de gloria en el cine: “Compraron un coche modificado, era un modelo ’53 color
cereza, y lo condujeron por Nueva Orleans para celebrar su aniversario. Allí
fue donde Pierre se casó con la hermosa ‘mademoiselle’. ‘C'est la vie’, decían
los viejos, y con eso queda demostrado que nunca se sabe lo que va a pasar”.
“C'est la vie”, así es la vida. Nunca se sabe lo que va a pasar… ¡Feliz
Deprimartes!
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