Deprimartes memorioso:
Canadá es ese enorme país al norte del continente, mitad
inglés y mitad francés, que está casi todo el tiempo cubierto de hielo; y en el
que vive poquísima gente. Es la tierra de los esquimales y de los osos polares,
y también de los pocos hijos de colonos que fueron lo suficientemente valientes
o estúpidos como para quedarse a vivir en un lugar así. Y de entre los varios nombres
que le dio Canadá al mundo del Rock, como Rush, Neil Young, Leonard Cohen, Joni
Mitchell, Paul Anka, Barenaked Ladies y Alanis Morissette, no podemos
olvidarnos de Bryan Adams. Este hijo de un embajador se la pasó viajando por el
mundo con su padre antes de darse cuenta de que lo suyo era la música. Y no
estaba tan errado, ya que se cansó de tener éxitos desde los años ’80 a esta
parte. En una de sus canciones más emblemáticas hace los que todos hacemos de
vez en cuando: mirar hacia atrás y ver una mejor versión de nosotros mismos: “Conseguí mi primera guitarra real comprándola en un
negocio de baratijas. La toqué hasta que los dedos me sangraron, era el verano
del año ’69. Junto con otros chicos del colegio armamos una banda e intentamos con
mucho esfuerzo triunfar. Jimmy nos dejó, Jody se casó; debieron haber sabido
que nunca llegaríamos lejos. Oh, pero cuando ahora miro hacia atrás, veo que
aquel verano pareció durar una eternidad. Y si tuviera la oportunidad, por
supuesto que quisiera volver ahí. Esos fueron los mejores días de mi vida”.
¿Quién no recuerda con un profundo amor esos primeros años
de su juventud? Tantas cosas nuevas con las que nos vamos cruzando, llenas
de matices y sensaciones que nunca habíamos experimentado. El primer
acercamiento a aquello que se quedará con nosotros de por vida: gustos;
actividades; intereses… El primer amor. El primer empleo. El primer auto. Y la lista
es eternamente hermosa: “No tiene sentido estar quejándose
cuando tienes que hacer cosas en tu trabajo. Pasé mis tardes allí en el
autocine, y en ese lugar te conocí. Parados en la entrada de la casa de tu
madre, me dijiste que me esperarías por siempre. Y cuando me tomaste de la mano
yo supe que era ahora o nunca. Esos fueron los mejores días de mi vida. Oh,
sí”. Siempre hay en nuestra vida un momento de “ahora o nunca” para
jugarse el todo por el todo por esa persona que amamos. Conozco a muy poca
gente que aún está en pareja con su primer amor. Y más allá de cómo les haya
ido, debo decir que todos guardan esa sensación de estarse preguntando cómo les
hubiera ido si su decisión hubiese sido otra. El primer amor es increíblemente
dulce, pero no le garantiza la felicidad a nadie. De todas formas, aquellos que
por diversas circunstancias no hemos podido conservarlo también nos preguntamos
cómo hubieran sido las cosas si continuáramos a su lado. No es una situación
tan terrible, las preguntas mantienen viva la mente; y hasta podría decirse que
es lo que en realidad nos diferencia de los animales. El hombre es el mono que
se hace preguntas.
“Allá en el verano del ’69, vaya que la
pasamos genial. Éramos jóvenes y no queríamos descansar. Necesitábamos
relajarnos, pero supongo que nada dura para siempre. No, nada dura para
siempre”. Nada dura
para siempre. ¿En qué se han convertido esos años dorados? ¿Son un recuerdo de
un pasado feliz que nos empuja hacia adelante o se han transformado en un
refugio mental al que corremos a escondernos frente a una realidad plomiza?
¿Qué es lo que hacemos con nuestras memorias? ¿Somos sólo una consecuencia de
ese pasado o esos días de gloria aún nos esperan en el lugar en el que nacen
los sueños? Hoy puede que recordemos todo aquello con una gran sonrisa, o con
una mueca agridulce que acompaña una lágrima solitaria por todo lo que ya no
es. Dependerá de cómo cada uno de nosotros enfrente a su pasado, y de cómo
salga librado de una pelea que nadie puede evitar: “Y
ahora los tiempos han cambiado, mira todo lo que ha ido pasando. A veces,
cuando toco mi vieja guitarra, pienso en ti y me pregunto qué fue lo que salió
mal”. Todos fuimos felices a los veinte años. Y lo peor de todo es que
no lo sabíamos. Corríamos libres cuando no hacía falta correr, sólo porque la
vida que desbordaba nuestras venas nos demandaba sentirla al máximo. Pero eso
no significa que no hayamos cometido errores. Los cometimos, y muchos. Malas
decisiones cuyo peso nos acompañará hasta el día en que nos vayamos de este
mundo. Si somos un poco sabios, tal vez hasta podamos tomarnos todo esto con
humor. Como hizo el bueno de Bryan Adams, que en 1969 tenía tan sólo 10 años de
edad; y confesó que escribió sobre ese año sólo para bromear con la posición
sexual que dicha cifra nos grafica: “Allá por el
verano del ’69, sólo estábamos mi chica y yo”. ¡Feliz Deprimartes!
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