Deprimartes tórrido:
Lo he dicho una miríada de veces: odio el calor. Así de
simple, la temporada estival despierta lo peor en mí. Durante tres meses no soy
mucho más que un compendio de fastidio y apatía, gentileza de un sol asfixiante
que brilla como si odiara todo aquello que vive. Y confieso que lo he intentado
todo para amigarme con el verano, pero mi metabolismo detesta profundamente el
calor de mi Buenos Aires querido; donde la eterna humedad dispara la sensación
térmica hasta los 40º centígrados sin ningún esfuerzo. En esos días yo no puedo
hacer mucho más que respirar y sudar. Pero para el resto de los mortales desde
tiempos remotos el verano parece estar asociado a la diversión, la alegría, y
la felicidad. Aquí la psicodélica y sesentosa banda The Lovin’ Spoonful, al
menos tiene la decencia de reconocer el espanto que significa un día veraniego:
“Pueblo caluroso, verano en la ciudad; y mi nuca ya
se siente sucia y áspera. Me siento abatido, y eso es una lástima; no parece
haber quedado ni una sombra en toda la ciudad. Por todas partes la gente parece
casi muerta, caminando por las aceras que están más calientes que la cabeza de
un fósforo”.
The
Lovin’ Spoonful fue una banda californiana que logró convertirse en un símbolo
del nuevo movimiento hippie comandados por su frontman John Sebastian, quien
tuvo una improvisada y aclamadísima participación en el festival de Woodstock;
ya que él tan sólo había asistido como un simple espectador más. Los
organizadores lo reconocieron y le pidieron que subiera a hacer un set acústico
mientras los sonidistas arreglaban los equipos eléctricos que una lluvia
repentina había puesto fuera de combate. Así fue que el buen John trepó al escenario
y brilló ante cientos de miles de jóvenes a los que no podía evitar gritarles
entre canción y canción que eran hermosos y que los amaba, probablemente porque
como correspondía a la ocasión estaba completamente colocado con LSD. Pero
antes de ese evento histórico, él y su banda llegaron a tener un respetable
manojo de éxitos, entre los que se cuenta esta canción que a mediados de los
años ’90 tuvo una excelente versión por parte de otra estrella de Woodstock, el
gran Joe Cocker. Y más allá de que este tema vino como anillo al dedo para
hablar del Verano del Amor de 1967, cumbre del hippismo, no dejaba de señalar
que durante la temporada calurosa las cosas suelen ponerse mucho más
interesantes cuando se esconde el sol: “Pero por
las noches todo se transforma en un mundo diferente, ideal para salir y
encontrarse con una chica. ¡Vamos, bailemos toda la noche! Más allá del calor,
todo estará bien”.
Es un hecho consumado: se acerca el verano y todos los
medios de comunicación nos bombardean con imágenes de playas infestadas de
chicas con ropa minúscula, cuerpos bronceados bajo un calor calcinante, noches
pletóricas de música bailable, potenciales encuentros amorosos, y rostros
felices por estar transitando el mejor momento de la vida… ¿Es tan así? ¡Por
supuesto que no lo es! Sucede que tenemos la fantasía de que en sólo un par de
semanas de vacaciones nos ocurrirán todo ese tipo de cosas maravillosas que el
año nos negó: aventuras, nuevos amigos, amoríos pasajeros, nuevas experiencias…
Y por lo general las vacaciones lejos están de darnos aunque sea algunas de
esas cosas, simplemente porque durante unos días nos disponemos a olvidarnos de
nuestra rutina y por ende creemos que el universo está tan sólo esperando ese
momento para atiborrarnos de hedonismo. No. Por lo general la playa equivale a
demasiada gente molesta, niños perdidos, picaduras de aguas vivas y quemaduras
de segundo grado por quedarse dormido en la arena durante el mediodía: “Y nena, ¿no crees que es una pena que los días no puedan
ser como las noches mientras está el verano en la ciudad?”.
Si
algo nos dejó la California de los años ’60 fue el maravilloso rock psicodélico
que representó los ideales de “Paz y Amor” que tanto pregonaban los jóvenes que
protestaban contra la Guerra de Vietnam. Fue un momento de la historia humana
en la cual el crecimiento cultural se dio de manera exponencial y en cortísimo
tiempo. En sólo tres o cuatro años, los niños mimados de la nueva generación
dejaron de usar corbatas y sacos grises para inundar de colores sus vestimentas.
Y lo mismo ocurría con su manera de pensar. Quedaba atrás lo viejo, la
cosmovisión de sus padres y abuelos, para darle paso a todo un nuevo mundo
inexplorado: “Pueblo fresco, cae la tarde en la
ciudad; me he vestido a la moda y me veo tan bien. Soy un tipo apuesto buscando
una gatita, y voy a revisar cada esquina de esta ciudad. Voy a terminar
resoplando como una bocina de autobús de tanto subir las escaleras para
encontrarme contigo en los techos”. ¡Feliz Deprimartes!
https://www.youtube.com/watch?v=rts7Qdew3HE
Joe Cocker salvó el tema...(recién escuché su versión). ��
ResponderBorrarNo seas tan mala, la versión original es excelente, jajaja. Aunque la versión de Cocker también es muy buena. Saludos.
ResponderBorrarJeje. Ponele. Saludos
BorrarJajajaja saludos.
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