Deprimartes fácil:
De
unos años a esta parte vengo remontando la colina, después de un par de décadas
en que todo había sido un tedioso rodar cuesta abajo. En cuanto a la razón de mi
mejoría he podido notar que no se me da muy naturalmente eso de estar en pareja,
y por tanto decidí prescindir de ella: “Sé que
suena gracioso, pero no puedo soportar el dolor. Asi que, nena, te abandonaré
mañana mismo”. Eso mismo dije tantas veces…
Pero con el paso del tiempo me fui haciendo conciente de que había
conquistado mi propia soledad, así que vanamente llegué a declararme públicamente
como “solosexual”. Por supuesto, y como siempre, la vida se me rió en la cara,
porque tenía otros planes para mí…
“Creo que tú sabes que he hecho todo lo que pude por esta
relación, nena. Mira, he suplicado, he robado y hasta tomé prestado; sí señor.
Es por eso que estoy tan tranquilo”. A lo largo de mi extenso pero respetable historial de
fracasos amorosos, cada vez que llegaba el final he querido dejarle en claro a mis parejas (o tal vez a mí mismo) que
me iba de la relación con la frente en alto por haber hecho todo lo posible
para evitar el fin. Y sin darme cuenta andaba por la vida con una falsa calma
que me excusaba de culpas: “Estoy tan
tranquilo como si fuese una mañana de domingo”.
Pero en el fondo sabía que cargaba con mi parte de responsabilidad en la
debacle: ocurre que siempre he preferido estar solo a estar con alguien más.
Tal vez se deba a ese algo que subyace en todos nosotros, eso que duerme en lo
profundo de nuestro ser más primitivo y que se niega a vestir cadenas. En
nuestra imaginación a todo compromiso le sigue una sombra aterradora, esa
sensación asfixiante de perder la libertad. Y a eso se le suma la incertidumbre
acerca de si estaremos a la altura de las circunstancias. Por eso les tememos a
los compromisos y terminamos negociando con ellos, a veces hasta por amor: “¿Por qué demonios alguien querría ponerme unos
grilletes? Si ya he pagado todas mis deudas como para estar libre. Todos
quieren que yo sea de la manera en que ellos quieren que sea, pero yo no me
siento feliz cuando tengo que ser falso”.
Érase una vez dos grupos estudiantiles que decidieron juntarse y crear
una nueva banda musical, pero no lograban encontrarle un título decente al
nuevo proyecto. Así que The Commodores (“Los Comodoros”) recibieron su nombre
cuando uno de sus integrantes tomó un diccionario, lo abrió y eligió una
palabra al azar. Siempre bromearon sobre que habían tenido suerte, porque casi
terminan por llamarse “Las Cómodas”. Firmaron un contrato con el afamado sello
Motown y tenían todo para ser reyes de la Música Disco, pero increíblemente se
decantaron por el Funk, ese pariente bailable del Jazz. Y todavía más llamativo
es el hecho de que hayan llegado a la cima de los charts en varias
oportunidades, pero no con temas pensados para las pistas de baile, sino con baladas
lentas y emocionales: “Quiero volar alto, muy alto. Quiero ser tan libre como para
saber que las cosas que hago estan bien. Tan sólo quiero sentirme libre, nena”.
Su
líder fue el genial Lionel Richie. Abandonó el grupo a principios de los años ’80
y se lanzó como solista, logrando una fama tan mundialmente arrolladora que
quien hoy es el mejor jugador de fútbol del mundo lleva su nombre gracias al
amor que sus padres sentían por la música de Lionel. En sus comienzos con Commodores
llegó a ser telonero de The Jackson 5, y allí fue donde Richie conocería a
Michael Jackson; con quien más adelante escribirían “We Are The World”, tema principal
de la multimillonaria campaña solidaria “Usa For Africa”. ¡Feliz Deprimartes!
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